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Igual hay que volver a los orígenes...

Reconozco que me hago mayor y ciertas cosas tienden a darme una pereza enorme. Soy de una generación en la que cuando dos futbolistas tenían un encontronazo en el campo lo resolvían sin luces ni taquígrafos y, en la mayoría de las ocasiones, haciéndose colegas con una cerveza y una disculpa de por medio. Y a otra cosa. Desde el principio Valverde y Baena han protagonizado una riña de patio de colegio que da cierto sonrojo. El uruguayo nunca ha negado la agresión y eso es intolerable, pero el futbolista del Villarreal decidió judicializar el tema y la moneda le ha salido cruz porque un juez le ha tirado de las orejas al haber encontrado numerosas contradicciones en su declaración. Lo que se podría haber arreglado con una conversación entre dos personas adultas se ha convertido en un circo en el que cada uno vela por sus intereses y en función del escudo que defiende.

Llegados a este punto, el Madrid hace bien en pedir que no haya ninguna sanción para su jugador porque no hay ningún tribunal deportivo con rango superior al de la Justicia ordinaria. Baena optó por el órdago y la Justicia le ha tumbado su relato de los hechos de forma contundente. Por el camino, el Comité de Competición ha quedado como la chata porque da la sensación de haber propuesto cinco partidos de sanción sin tener pruebas contundentes y basándose en lo que ha escuchado en tertulias y leído en los periódicos. Un incidente menor y con una importancia relativa se está convirtiendo en un culebrón que no beneficia a ninguna de las partes. En estos tiempos modernos en los que todo se publicita y contamina, igual es el momento de regresar a los orígenes y entender que un incidente puntual entre dos compañeros de profesión tiene maneras mucho más sencillas y privadas de resolverse: una conversación, unas disculpas, un apretón de manos y a correr...