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Hay vida fuera de la Fórmula 1

La capacidad polideportiva de España brinda el lucimiento en las disciplinas más variopintas. En la pasada semana, en plena resaca del Roland Garros conquistado por Carlos Alcaraz, el deporte nacional selló resultados internacionales en atletismo, natación, ciclismo, fútbol, piragüismo, motociclismo… Hago un inciso en este último para destacar que María Herrera hizo historia al liderar las dos primeras carreras del recién creado Mundial Femenino, con podios plenamente de españolas. La guinda del domingo, sin embargo, la puso un piloto que no luce un nombre mediático para el gran público, lejos del carisma de Fernando Alonso o de los Carlos Sainz, pero que se alzó con la victoria en una de las pruebas más prestigiosas del automovilismo, las 24 Horas de Le Mans, una carrera que junto a las 500 Millas de Indianápolis y el GP de Mónaco de F1 integran la Triple Corona. Y lo hizo, además, al volante de una firma mítica: Ferrari.

El piloto se llama Miguel Molina, gerundense de Lloret de Mar, de 35 años, que desde 2017 forma parte de la familia de Maranello, tras pasar por diversas competiciones internacionales de monoplazas y turismos, catapultado por el Programa de Jóvenes Pilotos del Circuit de Catalunya, que también acogió a Jaime Alguersuari, Dani Clos, Dani Juncadella y Álex Palou, entre otros.

El ejemplo que nos trasmite Molina es parecido al de Palou, doble campeón de la IndyCar: hay vida en el automovilismo fuera de la Fórmula 1. También lo puede rubricar Sainz padre. En su caso lleva dos años seguidos subido a la tercera plaza final del Mundial de Resistencia, el WEC. Y ahora se ha convertido en el tercer español en el palmarés de Le Mans, después de Marc Gené, que abrió el grifo en 2009, y de Alonso, que venció en 2018 y 2019, aquellos años en los que dejó la F1 para paladear otros sabores del automovilismo. Que los hay. Y muy apetitosos.

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