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Gavi puede aprender algo de Vinicius

Gavi fue una sensacional aparición en nuestro fútbol. Venía a completar, con Ansu Fati y Pedri, un prometedor trío llamado a darles filo en ataque tanto al Barça como a la Selección. Con Ansu Fati, desgraciadamente, seguimos a la espera de un viaje al vacío al que le envió una lesión que no era para tanto. A estas alturas ya quedan pocas dudas de un tropezón médico reiterado sobre el que se extiende un prudente velo. Cada mes que pasa, y ya son muchos, esperar que vuelva a ser aquel que vimos es más difícil. Pedri también sufre contratiempos, menudean sus lesiones musculares de duración anómala, pero en su caso estamos muy lejos de tirar la toalla.

Nos queda Gavi, sano sanísimo, titular titularísimo en el Barça y en la Selección, pero empiezo a temer que ahogue parte de sus posibilidades. Lo tiene todo, como bien nos advirtió Luis Enrique. Ve el juego, tiene técnica, una energía inagotable y no renuncia a ningún balón. Pero empieza a parecerme que ese ímpetu, ese arrojo con que entra, salta, discute y pelea, una condición admirable salvo cuando le arrastra a algún exceso como el que cometió con Ceballos, hace menoscabo de su condición creativa. Cada vez se le ve más desaforado, más en su versión de tirarse de cabeza a los pies de un vasco y menos en la de jugador de temple y ciencia.

Supongo que sus maestros, empezando por Xavi, lo saben y se lo tratan de corregir, pero cada vez le veo alejarse más por ese camino. En un cierto aspecto me recuerda a aquel primer Vinicius que corría y regateaba como un loco pero no tenía pausa para ver el pase o el gol en el trance final. Ancelotti le enseñó a tenerla, y hasta va logrando poco a poco que no acuda a las provocaciones, que son muchas. Son dos jugadores diferentes, pero el problema es parecido. Gavi empieza a necesitar algo de pausa, ya no tiene que ganarse el puesto con ese tremendismo fanático del novillero que necesita hacerse notar. Es un jugadorazo y se sabe. No debe perderse.