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Gareth Bale, lástima de jugador...

Aún me dura la impresión de la primera vez que vi jugar a Gareth Bale con el Tottenham, en el Bernabéu. Era lateral izquierdo, se comía todo un costado del campo y hasta hizo un saque de banda desde medio campo largo y cruzado hasta el fondo del campo en el otro palo que causó pánico. Lástima que se le consideró tan bueno que se le buscó una posición más arriba. Hay una tendencia atávica a despreciar la importancia de los laterales cuando los ha habido de extraordinaria influencia ya desde los tiempos de Schnellinger y Facchetti, allá por los sesenta. Aquí tuvimos a Gordillo, de quien Gullit dijo que mereció el Balón de Oro antes que él.

Pero la inercia tiró de Bale para arriba. Florentino le trajo ya como mejor jugador de la Premier y con él formó la BBC, Bale-Benzema-Cristiano, en la que, por decir las cosas como fueron, casi todo lo hacía el último. La llegada del galés movió a Di María, que venía jugando bien en ese lado, al puesto de interior izquierda donde también funcionó, pero entonces le trajeron a James y se marchó. De eso hace mucho y ahí le vemos ahora, flamante campeón del mundo, después de resistir la competencia de galácticos de tres edades, Messi, Neymar y Mbappé, que terminaron por sacarle del PSG. El fútbol siempre concede revancha, dicen.

En cuanto a Bale, tampoco se sintió en la piel de extremo. Quería ser verso libre en el ataque y su agente siempre anduvo enredando con eso. No se lo concedieron más que en Gales, el fútbol no es su deporte predilecto, sus fibras eran delicadas y todo eso junto le fue llevando a una mohína inutilidad. De su estancia en el Madrid se pueden rescatar algunos goles extraordinarios en partidos que también lo eran. Quedémonos con eso. Lo demás está en su debe. Y es una pena, porque tenía condiciones naturales excepcionales por estatura, velocidad y pierna izquierda. Pero le faltó empatía, y bien lo dijo en aquel antipático ‘Wales. Golf. Madrid. In that Order.’