Ganó Vingegaard, perdemos todos
Lo que ocurre en Gaza es una derrota mundial, pero La Vuelta no podía solucionar lo que es potestad de otros.


Mientras el mundo pierde, porque el genocidio de Israel en Gaza es una derrota universal, Jonas Vingegaard terminó en Madrid con un triunfo triste. La Vuelta, inmerecidamente, acabó mal. Porque no es pacífico que para defender a Palestina se ponga en peligro la vida de deportistas. Saltando a la calzada en Figueras frente al equipo Israel (con un solo deportista israelí, Navad Raisberg, por cierto) lanzado en la crono. O ante un grupo de fugados, dando con Javier Romo, que se tuvo que retirar, en el suelo. O asaltar la llegada en Bilbao provocando el caos en el pelotón. O montar una guerrilla en Madrid. Todo eso no es pacífico. Las protestas sí son legítimas.
La Vuelta, que desde hace 90 años ha descubierto y mostrado los paisajes de este país al mundo y ha unido territorios (un día tendrá que llegar el Premio Princesa de Asturias), lo ha pasado muy mal. Sin comerlo ni beberlo, porque como organizadora no tenía potestad para expulsar al Israel, un equipo privado. Israel, como país, participa con ocho atletas en los Mundiales de Atletismo de Tokio estos días, por ejemplo. El Maccabi Tel Aviv está jugando la Europa League de fútbol y el mismo Maccabi y el Hapoel arrancarán la Euroliga en breve. Pero las protestas son más visibles en el gran estadio abierto que proporciona una carrera ciclista.
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El Comité Olímpico Internacional no ha suspendido a Israel, como hizo con Rusia, previamente expulsada por el dopaje de Estado. Luego, invadió Ucrania en plena tregua olímpica y el Comité Olímpico Ruso usurpó las competencias del de Ucrania en el Dombás. De ahí que siguieran fuera. Aducen en el COI que hay más de cuarenta conflictos en el mundo. “O nos mantenemos neutrales, o dejamos de existir”, dicen. Pero la magnitud de lo que ocurre en Gaza no encaja ya en ese argumento. Palestina tiene su Comité Olímpico y ha participado en los Juegos desde 1996. Pronto, de él y de sus deportistas sólo quedarán cenizas. Pero La Vuelta no tiene la culpa.
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