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Esos gritos de “a Segunda” en San Mamés...

Pasé ayer el día en Barcelona, y aunque la jornada tenía como fin presentar mi último libro, con Tomás Roncero y Tomás Guasch nada menos, ante una asistencia naturalmente madridista, tuve antes ocasión de hablar con muchos amigos del Barça, a los que encontré más atónitos que avergonzados. No lo pueden creer, aún esperan un giro sorprendente que diera a esta película un final inesperado. Por ejemplo, que el dinero no fuera destinado a arbitrajes, sino repartido entre directivos golfos en connivencia con Enríquez Negreira. Al menos así quedarían libres de sospecha los éxitos más bonitos de la historia del club.

No imagino ese giro, no creo en esa posibilidad, aunque sí en la de alguna sisa ocasional como suele haberlas en estos casos de pagos oscuros y sucios. Pero el común de la población piensa lo que pensamos todos, porque desgraciadamente no se puede pensar otra cosa. Ya se vio el domingo en San Mamés, con los billetes lanzados al aire (también volaron en el Sánchez Pizjuán) y los gritos de “¡a Segunda, a Segunda!” con los que una afición que el Barça siempre tuvo por amiga le deseaba el peor de los castigos. Esto no sólo ha ofendido al Madrid y su ‘caverna mediática’; esto ha llegado a todas las aficiones.

Cuatro presidentes pagando a lo largo de 18 años un buen dinero al vicepresidente de los árbitros para que, como él mismo confesó, le endulzara los arbitrajes. Eso es lo que tenemos. Si Enríquez devolvió el pago con favores reales o simplemente se lo hizo creer y les estafó es algo que difícilmente sabremos. Las pistas serán borrosas de Enríquez para abajo. Pero de lo que poco se puede dudar es de que el dinero se entregaba para eso, de que el Barça pagó por conseguir benevolencia arbitral. Y eso es algo que no puede quedar sin consecuencias, ahora que se ha descubierto. E irán más allá del griterío y los billetes en cada campo.