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Escuchar los audios del VAR ha sido peor

La verdad es que me lo temía. Eso de que podamos escuchar lo que hablan el árbitro de campo y el del VAR sólo ha servido para engorrinar más la cosa. Para confirmar lo que ya suponíamos: que el árbitro emboscado termina por mandar más que el que torea a cuerpo limpio en el campo. Eso vulnera el segundo principio sobre el que se montó esto: que el árbitro de campo es soberano. Ya estamos viendo. En el caso del Madrid-Almería y sucesivos, la actitud sumisa con que el presunto principal acude a evacuar consultas con el presunto secundario. El otro principio, el primero, el de la intervención limitada a los casos de error claro y manifiesto se vulneró ya hace tiempo. En realidad es imposible de seguir.

Los audios nos aproximan al árbitro de la sala VOR, al emboscado. Antes ni nos lo representábamos. Decíamos ‘el árbitro de arriba’, como un Yahvé que se dirigiera a los humanos a través de rayos de luz filtrados a través de las nubes. Ahora le tenemos presente, sabemos quién es. Hay dos árbitros. Uno solo ya es en sí mismo un factor de irritación, el segundo eleva al cubo la irritabilidad, porque encima está emboscado. Y al que está a la vista le podemos perdonar, porque corre, parpadea, le puede pillar la jugada sin visión. Incluso le puede acobardar el público. El enfado con él, es más sano. Pero cuando nos sentimos perjudicados por el de la sala VOR es otra cosa.

Porque se tiende a verle como un taimado. Lo que se ha conseguido con este último paso es que notemos que enseña jugadas parcialmente, que induce al del campo a comprar su idea con la insistente repetición de un detalle, acompañado de persuasión verbal. No hay duda de que tiene la vara alta. Avisa de lo que quiere, omite lo que le parece. Él mueve la línea invisible de lo ‘claro y manifiesto’. Encima, como el CTA tiene traidores, se cuelan audios no deseados que ponen las orejas más de punta todavía a los suspicaces. Todo ello en la pestilente salsa del largo e infumable acuerdo Barça-Negreira, y el veneno de ese Reglamento retocado y retorcido. Una tormenta perfecta contra la credibilidad del sistema.