Es tan bueno que ya aburre

Supongo que será impopular escribir que las victorias de Tadej Pogacar empiezan a aburrir. Sobre todo, si esta afirmación se entiende como una crítica a un corredor que rueda camino de la leyenda. No se puede objetar un ápice a sus exhibiciones. Si gana donde y cuando quiere, está en su derecho. Ese es el objetivo de su profesión. Es más, siempre hay que agradecer que escoja guiones espectaculares y retos colosales para redondear sus triunfos. En el Mundial de Zúrich no necesitaba atacar a cien kilómetros, pero eligió la ruta más complicada, porque también era la más épica. Eso nunca se puede criticar, hay que aplaudir hasta hacerse daño en las manos. Y más en una temporada como la actual, que cerró con otra cabalgada marca de la casa en el Giro de Lombardía, que conquistó por cuarta vez consecutiva, algo que solo había hecho antes Fausto Coppi.

Era su 25ª victoria del curso, un número que en este siglo sólo alcanzó Alessandro Petacchi en 2005, con triunfos de bastante menos fuste, salvo la Milán-San Remo, y bastante más aburridos. Pogacar no solo ha ganado mucho, sino que lo ha hecho en escenarios ilustres, y con la excelencia por bandera. Ha sumado dos grandes, el Giro y el Tour, en ambos casos con seis etapas; dos Monumentos, la Lieja y el Lombardía; y el maillot arcoíris. Solo Eddy Merckx y el propio Coppi exhiben combinaciones de éxitos parecidas. A lo que me refería de inicio, es que ya aburre de lo bueno que es. Sus ataques lejanos son repeticiones de un guion que no deja lugar a la emoción. Y lo peor de todo es que, si reedita sus prestaciones, no se otea a nadie que pueda hacerle sombra. Vingegaard, Evenepoel y Van der Poel, dependiendo del tipo de carrera, han rivalizado con él otros años. Ahora se les ve lejos. En concreto, Remco llegó ayer a 3:16. Otro mundo.

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