Errar y equivocarse
El pasado octubre debuté con la selección española de escritores, La Cervantina, en un partido frente a Alemania. Fue en Fráncfort, en el marco de la Feria del Libro. Entré al campo en el minuto 30, con 2-0 a favor de nuestros rivales. A pesar del resultado, cuando salté al verde renació en mí un sentimiento que tengo muy enterrado, ahí muy dentro de las tripas, donde se guardan las cosas que nos cuesta afrontar: el miedo a decepcionar a quienes creen en mí. En este caso, a mis compañeros. Lo confieso: me temblaban las piernas.
Me pasa en fútbol que se hace conmigo un miedo terrible que me impide rendir. Es algo que arrastro desde la infancia. Supongo que es porque soñé ser futbolista, ¡lo ansié tanto! Pero, en realidad, no me sucede solo en fútbol. También me pasa en mi trabajo, en el día a día con mi familia y amigos y, por supuesto, cuando escribo, también en esta columna de AS.
En fin, que me sucede en todos los órdenes de la vida, en realidad, pero fuera del campo tengo a los demonios de mis miedos más controlados. El secreto para hacerlo lo aprendí con el paso de los años y no es otro que rodearse de aquellos que te quieren y entienden que en toda acción humana anida la probabilidad de errar, que fallar es humano.
Escuchar únicamente a quien quiere tu bien es un buen consejo para quien tiene una exposición pública. Siempre habrá gente que se regodee en tus errores. No sé si hay más de este tipo de personas en redes sociales, pero es cierto que tienen un acceso más fácil a ti y además no tienen que dar la cara.
Errar es parte del juego. Un mal control, un balón a las nubes a puerta vacía, un párrafo poco acertado, un final previsible para una novela, un error ortográfico, son cosas que siempre acontecerán, si juegas, si escribes, si trabajas, si vives. Pero equivocarse, eso solo lo hacen quienes usan esos errores para intentar hacerte daño. Camus escribió que la única manera de equivocarse es hacer sufrir. Se refería a que todos los errores son comprensibles, pero hacer daño intencionado a un tercero no tiene justificación.