Ediciones
Resultados
Síguenos en
Hola

El último español campeón

El sorprendente mercado veraniego del Barcelona -que elevará el nivel y la competencia en la disputa por el título de LaLiga- y los amistosos de campanillas en Estados Unidos han dejado en un segundo plano un hecho ciertamente relevante: vuelve a los banquillos de nuestro campeonato el último entrenador español que lo ganó. Ernesto Valverde levantó dos veces el trofeo de la regularidad en sus dos campañas enteras en el Camp Nou; en la tercera, cuando fue despedido, el equipo iba líder. Desde ese momento —que, visto con perspectiva, debería observarse como una especie de activación del modo de autodestrucción—, el conjunto catalán perdió las tres Ligas siguientes. Y en dos de ellas aún tenía a Messi.

Conviene recordarlo porque a Valverde, un tipo demasiado normal para este circo, se le acribilló por activa y por pasiva cuando dirigía al conjunto azulgrana. Su equipo fue, ante todo, fiable. Dos noches locas de Champions League -de esas que no pueden explicarse más que por la naturaleza mística de la competición- le condenaron y mancharon una obra poco brillante pero de eficacia regular y probada. Supo retardar el declive del Barcelona y la crisis de verdad no llegó hasta que él ya estaba lejos.

Ahora Valverde vuelve y lo hace en su club. Ha descansado dos años y medio. Ha podido ir a muchos sitios, pero lo que finalmente le ha vuelto a estimular ha sido, por tercera vez, el equipo de su gente. No es un reto sencillo. Cuando uno trabaja para la entidad de la que es hincha siente una doble responsabilidad: si falla, provoca la tristeza de sus amigos, familiares y vecinos. Pero no hay nada en el fútbol más intenso que gritar los goles que uno siente: no sólo los que le hacen crecer profesionalmente, sino los que también festejaría con pasión si no estuviera involucrado. En un mundo del fútbol que camina hacia lo global, hacia la repercusión planetaria de las marcas y las audiencias, no hay historia que nos reconcilie más con su esencia que la del tipo que, sin tener ninguna necesidad, se la juega volviendo a su casa.