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El Sevilla como bandera de nuestro fútbol

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Séptima final para el Sevilla en su competición favorita, tras eliminar a la Juventus en un partido inolvidable. La del Sánchez-Pizjuán fue una noche gloriosa, una trepidante sucesión de ocasiones, de nuevo con el Sevilla afrontando dificultades injustas que tuvo que superar. Primero, el empate que se trajo de allí, que hubiera sido victoria de no mediar un córner mal concedido, fuera de tiempo, que provocó el 1-1. Anoche, sufriendo el despojo de un penalti claro al borde del descanso, que ni Makkelie en el campo ni Van Boekel en el VAR quisieron ver, ellos sabrán por qué. Y luego, la segunda tarjeta a Acuña con mucha prórroga por delante.

Fue un partido tremendo, con una Juve muy renovada con respecto a la que jugó allí. Renovada en nombres y también en nervio, porque jugó con una pasión y un nervio superiores a los que mostró en Turín. En eso se puede decir que igualó en Sevilla. En juego, no tanto. Los dos jugaron bien, pero mejor el Sevilla, cargando con el peso del partido, construyendo jugadas con insistencia y acierto, cosiendo a córners y a remates a puerta al rival, y corriendo para atrás sin pereza cuando la Juve soltaba sus contraataques, todos muy peligrosos, que enmudecían el estadio. Un partido grande, desde el inicio hasta el último instante de la prórroga.

Un partido en el que todo fue bueno salvo el árbitro, Makkelie, sobrado y perezoso, la mosca en la sopa. Y un partido con dos grandes porteros, que prodigaron intervenciones sensacionales a gol cantado. Una sensacional victoria que coloca al Sevilla en una nueva final, el 31 de mayo en Budapest, frente al Roma de Mourinho, que pasó de muy otra manera, con un 0-0 trabajado desde el uso abusivo de eso que hemos dado en llamar ‘el otro fútbol’. Loor al Sevilla, consuelo de nuestro fútbol, cuya campaña europea ha sido pobre, y loor a Mendilibar, que le dio al equipo la vuelta como un calcetín casi desde su llegada. Y qué pena que se la tenga que perder Acuña.