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El portero del pueblo

En la explanada frente al actual San Mamés, allí donde antaño estuvo el viejo campo, se congregaban la mañana del pasado sábado cientos de personas expectantes. Bajo una sábana rojiblanca esperaba a ser desvelada al público la escultura que el Athletic Club y el Ayuntamiento de Bilbao han dedicado al más grande de todos cuantos jugadores ha tenido en sus 125 años de historia el club bilbaíno. La gente estaba nerviosa. ¿Guardaría parecido con el Iribar real? ¿Le gustaría a nuestro querido Ángel? El club había organizado un acto para tamaño día, haciendo un llamamiento a toda la familia rojiblanca para que arropara al Txopo. Jugadores y jugadoras de todas las épocas iban llegando en un goteo de leyendas. Se saludaban a las puertas del estadio como parientes en una celebración familiar. Nunca tanto mito honró a uno de los suyos. Sería injusto nombrar a algunos de los presentes, porque quienes acudieron estaban en representación de todos los demás.

Cuando por fin comenzó el acto y la estatua fue desvelada, la emoción inundó a los presentes. Un joven Iribar de bronce negro mirando hacia la calle Licenciado Pozas, aferraba un balón con esas manos salvadoras que le subieron en un pedestal simbólico que ahora devenía real. A la sombra del idílico guardameta de metal, el de verdad, el de carne y hueso señalaba en su discurso que le emocionaba que la escultura se ubicara allí donde antes estuvo la Grada General, el lugar en el estadio reservado a los más humildes, la gente, el pueblo. Poco antes, el bertsolari Jon Maia había cantado unos preciosos versos que terminaban describiendo precisamente así a Iribar: herriaren atezaina (el portero del pueblo). En sus palabras Iribar señaló a Etura y Uribe, presentes en el acto, como compañeros de quienes aprendió el camino a seguir. A solo unos metros, un jugador del primer equipo actual del Athletic Club escuchaba serio y emocionado, de pie, mezclado entre el común de la gente, uno más entre todos, uno de los nuestros. Observándole, pensé en los anillos de una cadena irrompible, eslabones de una historia a celebrar.