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El papelón de la UEFA con Israel

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Los boicots solo generan sufrimiento a inocentes. Cuba, bloqueada en mayor o menor medida desde 1958 por EE UU, es buen ejemplo de ello. Nada ha cambiado en la isla salvo el empeoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes y el consiguiente antiamericanismo. Obama abrió la mano en 2015 y el Cosmos de Raúl aterrizó en la isla. Con un simple partido de fútbol se acercaron más posturas que con décadas de debates en la ONU. La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 conllevó sanciones de todo tipo. También deportivas. La UEFA y la Euroliga expulsaron a los equipos rusos. Hasta hoy. Y las bombas siguen cayendo.

La coherencia exigiría también reprimir a los equipos israelíes, representantes de un estado que incumple el derecho internacional y de camino todos los valores que supuestamente defienden la UEFA y la FIFA. Pero Israel compite en Europa porque Irán impuso un boicot deportivo a sus deportistas desde los 70 que les impide competir en su zona geográfica. La UEFA acoge desde 1994 a los equipos israelíes y a su selección. Cada vez que alguna afición recibe a estos equipos con banderas palestinas hay sanción. Y lo mismo con los jugadores que apoyan a Palestina públicamente como Kanouté, sancionado por mostrar una camiseta solidaria tras el asesinato de 1.300 ciudadanos de Gaza bajo la ofensiva israelí de 2009.

El movimiento propalestino BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) trata desde 2005 sin éxito de imponer un boicot deportivo a Israel para que respete los derechos humanos de los palestinos. Y sinceramente, creo que no serviría de nada. El fútbol es de los pocos lugares donde la solución de los dos Estados funciona. Con mucha más dificultad para Palestina, boicoteada por Israel en sus fronteras. Pero son dos selecciones oficiales que compiten de igual a igual en el mundo. Por cierto, ambas tienen un origen común. Judíos, cristianos y musulmanes compitieron bajo el nombre de Palestina en la clasificación del Mundial de 1934.

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