El Laporta más civilizado

Parece prudente no encabezar, jamás, los brindis obligados de las cenas y comidas de Navidad, atajos endiablados hacia esos discursos improvisados de los que resulta prácticamente imposible salir ileso… Salvo que uno se llame Joan Laporta. Algo tiene el presidente del Barça que lo mantiene siempre a salvo del fuego aunque sea él quien haya sacado el mechero, prendido la hoguera y engañado a los bomberos dándoles mal la dirección. Pocos manejan la escena con tanta naturalidad. Un presidente a medio camino entre la estrella del stand-up y un predicador, es decir: un abogado. Pero como los de las películas americanas, mucho más televisivos. Que sus palabras del otro día hayan sentado tan mal en Madrid no deja de ser una muestra más de lo bien que se pueden hacer las cosas cuando todo parece hacerse fatal.

Estaría bueno que a Laporta le aplaudiese el madridismo. En esta vida se puede ser de todo salvo un degenerado, que fue lo que le dijo un taxista argentino a Juan Villoro cuando este le confirmó que sí, que en México se puede compartir un partido de máxima rivalidad con aficionados del otro equipo sin matarse. En un país civilizado, como el nuestro, aplaudir al rival debiera ser una anomalía reservada a ocasiones excepcionales y no parece que los discursos navideños se puedan equiparar con una exhibición de Ronaldinho en campo rival o la solidaridad con Laurie Cunningham. Si alguien esperaba otro tipo de relato o una disculpa pública por haber pagado al vicepresidente del CTA, está claro que se equivocó de presidente y hasta de club.

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Lo que dijo Laporta sobre el Real Madrid te lo firma cualquier aficionado del Barça en cualquier parte del mundo. De hecho, cuesta pensar en que podría haber dicho otra cosa. Que debería haber felicitado las fiestas a Mbappé, deseado un año entero de paz a Vinicius y Xabi Alonso o enviado un fuerte abrazo a Florentino: la rivalidad no funciona así y, además, está muy bien que así sea.

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