El extraño caso de Fede Valverde
“Acabado el partido, se acabó todo”, dicta una ley de bronce del fútbol. Significa que ahí abajo, vestidos de corto, luchando por un resultado, metiendo y aguantando pierna fuerte, sometidos a un árbitro que raras veces agrada, todos pueden cometer excesos. Pero una vez acabado el partido y duchados, todos vuelven a ser ciudadanos como otros cualesquiera. Y entre ellos se aprecian y se quieren como miembros de un mismo falansterio. He visto muchos encuentros de exjugadores que en su día tuvieron serias reyertas sobre el campo y que al cabo de los años se saludan con cariño y respeto, como viejos ‘condottieros’ orgullosos de su pasado.
Por eso ha chocado tanto el puñetazo que le soltó ‘acabado el partido, acabado todo’ Valverde a Baena. Me preguntan si hay precedentes y sólo puedo evocar uno, en grado de frustración, en 1963. Campillo, portero del Murcia, fue donde sabía que estaban cenando los jugadores del Elche para cobrarse la cuenta con Romero, un espléndido interior uruguayo que tras regatearle posó el balón sobre la raya, se puso a cuatro patas y marcó de cabeza. Era todo un derbi regional, en Primera. Acabado el partido Campillo se calentó o bien le calentaron tanto que fue donde solían cenar los jugadores del Elche, pero los camareros disolvieron la bronca.
En este caso no hubo camareros que mediaran y Valverde desahogó su irritación con un puñetazo ante testigos del que el pómulo enrojecido de Baena es inequívoca prueba de cargo. ¿Por qué hizo eso Valverde? El Madrid, ya que no él, habla de una provocación particularmente maligna de Baena con reincidencia y relacionada con un asunto tan difícil y personal que de ser cierta explicaría la reacción. La explicaría, pero no la justificaría. Un puñetazo en frío, acabado el partido, es algo que desbarata todas las viejas convenciones del fútbol. De lo que dijera antes Baena no hay constancia. De lo que sí la hay es del puñetazo de Valverde.