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Aunque Ancelotti haya demostrado en muchas ocasiones su capacidad para adaptarse a lo que le dan, que no es poco ni malo, la magia para encontrar soluciones no es infinita y el nuevo Enterprise lo va a obligar a estrujarse la cabeza para ajustar las piezas. La ecuación no es sencilla: meter un cañón en el lugar de un motor y que la nave siga funcionando como un rayo. Nadie duda del vértigo ofensivo de Mbappé ni de que marcará goles increíbles, pero su entrada a pelo en el once en lugar de Kroos provoca una recolocación del engranaje que no parece fácil.

Carletto lo fía todo al equilibrio y repite una y otra vez la necesidad de juntarse para la presión y en la fase defensiva, como si con ese compromiso de sus jugadores se solucionaran todos los problemas. Es indudable que, si los de arriba adquieren el hábito de bajar a defender siempre (Mbappé no lo ha hecho nunca en su carrera), el equipo sufriría menos las transiciones rápidas del rival y no estaría tan expuesto como en Mallorca, donde los de Arrasate encontraron una autopista hacia Courtois.

Pero no solo se trata de correr, ni mucho menos, se trata de encontrar la mejor manera de jugar con esta plantilla, y lo mismo no es bueno obsesionarse con poner todos los delanteros al mismo tiempo. Puedes convencer a un atacante de que reajuste su función, como Bellingham el año pasado, pero conseguir que los cuatro tengan la misma obsesión por defender que por atacar es imposible. Y ahí está el equilibrista de la ceja, dándole vueltas al asunto, meditando decisiones y obligaciones, sopesando pros y contras, sabiendo que sigue obligado a ganar y a lucir el nuevo cañón.

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