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El dolor de Nadal

Rafa Nadal anunció el jueves su baja en el Madrid Open. Es su tercera ausencia consecutiva en un torneo de tierra batida, tras Montecarlo y Barcelona, su terreno históricamente más favorable. El comunicado transmitía dolor casi en cada renglón. Era un dolor físico, pero también del otro, que suele ser más incisivo. El físico se concentra en una lesión en el psoas ilíaco, cuya recuperación se está alargando más de la cuenta. El pronóstico inicial apuntaba a ocho semanas que ya se han convertido en 14. Y el dolor persiste. Nadal ha decidido cambiar de tratamiento, a ver si la cosa mejora, pero ya se ha resignado a no poner un plazo de reaparición. ¿Roma? ¿Roland Garros? ¿La hierba? “No puedo dar plazos, porque si los supiera los diría, pero no lo sé”, se lamenta Rafa. En ese dilema es donde llega el segundo dolor, que ya no es solamente físico, sino anímico y emocional. No poder estar en sus torneos más entrañables hurga en la herida.

Nadal se ha perdido Montecarlo, donde ostenta el récord con 11 títulos, y el Conde de Godó, donde también es el rey con 12 coronas. Ahora renuncia a Madrid, el otro torneo de casa, que también lidera con cinco trofeos. La pesadilla continúa. Y podría completarse con la baja más dolorosa, en su reino de París, allá donde el speaker se queda sin aire cuando enumera sus 14 victorias. Incluso si pudiera acudir, si los achaques remitieran, habría que ver cuál podría ser su rendimiento a cinco sets sin ningún rodaje previo. El balear no disputa un partido oficial desde el 18 de enero en Australia. La cosa no pinta bien. “La situación es difícil”, admite el de Manacor. El colmo es que llueve sobre mojado. El año pasado, Nadal conquistó Roland Garros con un pie anestesiado. Ese problema se ha corregido, pero por el camino tropieza con otras piedras. A sus 36 años, que serán 37 en junio, puede llegar un día que el vaso se rebose. Y Rafa diga basta.