El cameo de Lamine en un gol de película
Fue un hola y adiós de la estrella en la jugada, tan brillante como significativa, porque ayuda a comprender la magnitud de la actual Selección.

En el cine se utiliza el término cameo para definir la participación de un personaje famoso, que bien puede ser un actor muy conocido, en una película en la que figura como invitado breve y circunstancial, sin modificar la historia. Es el papel que cumplió Lamine Yamal, el actor más importante del fútbol español, en el segundo gol de la Selección en Turquía, precedido por una maravilla de jugada que duró un minuto y quince segundos.
Participaron todos los jugadores españoles y, por una vez, Lamine Yamal apenas intervino. Fue un hola y adiós de la estrella, un cameo en toda regla en la jugada, tan brillante como significativa, porque ayuda a comprender la magnitud actual de la Selección.
El gol fue impactante por varias razones, entre ellas una cierta extravagancia, la paradójica sensación de demora en la culminación de la jugada y a la vez la certeza de que el vértigo final de pases horizontales en el área turca iba a derivar en un gol excepcional.
El momento fue interesante: España vencía por un gol a cero y Akturkoglu acababa de estrellar su remate en el palo, acción invalidada por el árbitro, que decretó fuera de juego. El partido, en cualquier caso, estaba aún en el filo de la navaja, a pesar de las numerosas oportunidades de gol que España había generado.
Unai Simón puso en movimiento la pelota, que empezó a correr entre pies españoles, en todas las direcciones, siguiendo un patrón que pretendía acabar con la presión turca. Podía interpretarse como un ejercicio de mantenimiento: pases transversales, pases retrasados, pases al portero.
Poco a poco, comenzaron a abrirse los espacios, especialmente cuando Zubimendi colocó un pase raso y vertical a Merino que superó una línea de presión. Merino se zafó con dificultades de sus dos marcadores en el mismísimo centro del campo y el asunto comenzó a cobrar vuelo.
De la paciencia a la aceleración. Zubimendi volvió a intervenir para cargar un pase diagonal a Cucurella, ya bien dentro del campo turco. A su lado, estaba Pedri, que no tardó filtrar el pase que dejaba a Cucurella en una posición perfecta para trazar el pase al interior del área, ocupada por Oyarzabal, Nico Williams y Merino.
Lo siguiente fue casi provocador. Los tres jugadores españoles estaban en la misma línea horizontal, paralela a la portería. Y así se mantuvieron. No hubo desmarques, sólo una eléctrica conexión entre ellos. Oyarzabal no se apuró y, a un toque, dirigió la pelota a Nico Williams, que se la devolvió al jugador guipuzcoano. Pareció que se olvidaban del gol, tan necesario en aquel momento, pero ocurrió todo lo contrario.
Recibió de nuevo Oyarzabal y una vez más entregó un pase igual de rápido a Williams, que no hizo ademán alguno de controlar el balón o rematar. Lo dejó pasar entre las piernas. A su espalda estaba Merino, pero eso era infinitamente más fácil de ver en la televisión que en el área turca, con la defensa perpleja por la sucesión de ágiles decisiones —todas a un toque— de los delanteros españoles. El caso es que Williams estaba seguro de que Merino estaba a su espalda. La conclusión fue perfecta. Merino no controló. Marcó con una seguridad pasmosa.
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La belleza del gol, elaborada por todos los jugadores y concretada por cuatro jugadores que utilizaron la pierna izquierda para resolverla, fue un monumento al fútbol. En cuanto a su importancia, el cameo de Lamine, casi un espectador de la jugada, invitó a apreciar la verdadera magnitud del resto del equipo. Fue una manera de decir: “Aquí estamos nosotros”.
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