El calcetín de Flick

Que levante la mano el que el 17 de agosto, cuando el Barça debutó en Mestalla, ya sabía que ahora en el mes de noviembre, coincidiendo con el parón de selecciones, el equipo de Hansi Flick iba a ser el líder de LaLiga después de golear y aplastar al Real Madrid de Vinicius y Mbappé en el Bernabéu tres días después de noquear al Bayern, su azote y pesadilla en los últimos años en la Champions. Que levante la mano para que todo el mundo le aplauda y servidora se pueda poner en contacto urgentemente con el clarividente a ver si no le importa centrarse ni que sea un momentito en la próxima combinación del Euromillón.

La derrota en Anoeta ha devuelto a la realidad a un Barça que andaba en las nubes, pero no eclipsa, no puede tapar, que algo extraordinario está sucediendo delante de nuestras narices. Frente a la precariedad económica, las dificultades para inscribir a Dani Olmo –el único fichaje– y las lesiones de futbolistas que se suponía claves como el propio Olmo, Ter Stegen, De Jong o Gavi, Flick se dedicó a currar, a atreverse a soñar con adelantar la línea del fuera de juego y a confiar en una panda de adolescentes cuyo rendimiento ya es indiscutible. Encima, viejas glorias como Lewandowski ya no parecen tan viejas porque se le caen los goles y un tal Raphinha no se parece ni a él mismo.

Conozco a culés que han vuelto a engancharse con entusiasmo a su equipo, que no saben de bloques altos ni bajos, de cuadrados, rombos ni figuras geométricas, pero entienden lo fundamental: la alegría. Volver a divertirse viendo fútbol es el regalo porque el goce es contagioso y los primeros que parecen pasárselo bien son ellos, los jugadores. Además, el factor de lo inesperado, de no haber previsto lo que ahora está sucediendo, con chavales de la casa como Lamine Yamal de bandera y estrella, es bola extra. Flick le ha dado la vuelta al Barça como a un calcetín y disfrutar del viaje ya es la meta. Parece increíble, pero es cierto.

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