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En una viñeta del muy divertido cómic El fútbol del historietista francés Bastien Vivés se ve a un futbolista en el diván del psiquiatra lamentándose de que cada día alguien le pida una “puta camiseta”. Lo recordé el otro día, viendo las imágenes de un futbolista de Primera División yendo hacia el vestuario después de un partido, cabizbajo tras la derrota, mientras de fondo se escucha a decenas de personas, la mayoría niños, rogando que les dé la camiseta. La imagen es cada vez más recurrente en nuestros estadios y he de confesar que a mí me parece fea, sobre todo en lo tocante a los pequeños. Es cierto que es un momento bello cuando un jugador o una jugadora se acerca a un niño de la grada y comparten un momento de conversación y esa unión termina con la estrella regalando al pequeño un recuerdo que guardará toda la vida. Pero no es menos cierto que todo esto se estropea cuando ese momento es el resultado de una exigencia. Digamos, para que se me entienda, que esto de las camisetas es como los besos: tan bonito es darlos como feo pedirlos.

Decía que cada vez es más frecuente ver a niños en la grada reclamando la zamarra de su ídolo. Muchas de estas veces es con cartulinas de colores con las que esperan captar la atención del jugador de turno. Algunos de estos mensajes escritos añaden a la petición un contexto: es mi cumpleaños (me da que algunos hacen años varias veces por temporada), eres mi ídolo, vengo de la otra parte del mundo solo para verte. Otras están formuladas con preguntas: “¿Me das tu camiseta?” Pero muchas de ellas se limitan (y no es por falta de espacio, las cartulinas son bien grandes), a la mera exigencia: “Fulanito, dame tu camiseta”.

A las redes sociales de los clubes y a las televisiones estos momentos les suelen parecer entrañables. A mí me dejan con cierto regusto amargo, no sé. Creo que fomentan una relación jugador-hincha de mera idolatría y que además provocan un efecto de mímesis que genera a su vez frustración en aquellos pequeños que no han recibido el ansiado regalo e invisibiliza a quienes van sin la pancarta de marras. Me gusta más cuando veo a un pequeño feliz porque ha sido él quien ha dado un regalo a su querido jugador: un dibujo, un poema, un objeto que tiene un especial significado. Porque ya digo que esto es como los besos. Está bien recibirlos, pero lo maravilloso es poder darlos a quien quieres.

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