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Combustible emocional en Montjuïc

Supersábado. Madrid y Barça resolvieron miméticamente sus partidos de entreguerras en el Supersábado de LaLiga, que había empezado con el 3-1 del Atlético al Girona en el Metropolitano, rumbo a Dortmund. Los dos primeros ganaron casi andando. Uno, con un tiro lejano de Tchouameni que encontró un rebote amigo por el camino. El otro, con un escorzo de João Félix, que siempre parece que puede hacer mucho más pero que ya es el segundo jugador que más goles ha producido en el Barça entre goles y asistencias. El ahorro de esfuerzos y el descanso para las grandes figuras fue evidente, pero Madrid y Barça salieron ilesos de ese riesgo que conllevaba mirar tanto a la Champions. El próximo domingo seguirá quedando un hilo de Liga para poder vender el Clásico como lo que es, el mejor partido del mundo.

Más morbo. Y ahora, la Champions. Esperando todavía a los cracks, Haaland y Mbappé, escondidos en las idas, van a ser cuatro partidos de vuelta para corazones de hierro y para explorar los ADN de cada competidor, especialmente en eliminatorias tan simbólicas como el City-Madrid o el Barça-PSG. “Claramente, yo”, dijo Luis Enrique la semana pasada cuando se le preguntó quién representaba mejor el estilo del Barça, si Xavi o él. Si se refería a la posesión, los datos en el Parque de los Príncipes le dieron la razón. El PSG dio casi 200 pases más y arrasó en la posesión (58%-41%). Xavi, que se había declarado un “fanático de la idea”, no picó. Después de pegarse algún trompazo bueno en Europa por ir a pecho descubierto, fue pragmático e hizo daño donde podía. Ahora, los periodistas esperan, con esos datos en la mano, la rueda de prensa mañana en Barcelona. Buscando en el baúl de los recuerdos, uno encuentra una entrevista a Xavi en The Tactical Room en julio de 2017, justo cuando Luis Enrique había abandonado el Barça. En la misma, aplaude cómo el asturiano se adaptó al tridente, pero dejaba caer al final: “Jugadores como Iniesta, Busquets o yo mismo nos encontrábamos perdidos en este correcalles”. Pedía potenciar el modelo de juego y consideraba el regreso el fichaje de Valverde como un “regreso al fútbol ortodoxo”. Siete años después, todo aquello debería haber prescrito ya. Pero Luis Enrique es un tipo muy particular. Tal vez ese término de “correcalles” le dejase huella. Entre otras cosas, porque si de algo se pasó con la Selección, ya en el Mundial de Qatar, fue convertirla, en parte, en prisionera de un estilo. El martes, en Montjuïc, el combustible emocional seguirá a tope.

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