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Civiles, inciviles y tolerantes

Un derbi de máxima prudencia en el juego derivó en un infame episodio protagonizado por los ultras del Atlético en el fondo sur del Cívitas Metropolitano, donde, entre otras cosas, la reputación del fútbol sufrió un grave descrédito. Como cada temporada, los dos equipos madrileños reunieron una superlativa audiencia (según los datos de LaLiga, el Real Madrid-Barça, por ejemplo, alcanzó en 2022 una audiencia potencial de 650 millones de telespectadores en un total de 185 países) que asistió al penoso acto de violencia de unos ultras que sistemáticamente se comportan de forma ofensiva, sin miramientos, pero se sienten ofendidos ante cualquier indelicadeza. Que el rival marque un gol y el portero les reproche la estupidez de sus insultos, por ejemplo.

Lo que sucedió después del gol de Militao explica el constante combate entre civismo y violencia. Un joven árbitro, el mallorquín Busquets Ferrer, siguió con rigor el protocolo y tomó en un momento de gran tensión ambiental las decisiones oportunas, como las había tomado hasta entonces. Busquets gobernó la situación con calma y autoridad. Ordenó la suspensión temporal del encuentro después de apurar todas las medidas que le correspondían. Sus decisiones, ejecutadas con gesto sereno y un dominio absoluto de la situación, permitieron una deriva sensata del partido después de la reanudación.

Cívica fue la respuesta de una amplia mayoría de los aficionados del Atlético al ejercicio de violencia y coacción de los ultras, cuyo interés en el fútbol no es otro que ganar poder centímetro a centímetro, imponer su voluntad a la fuerza, secuestrar al club y hacer negocio. La hinchada está harta de una gentuza que, desde hace 40 años, somete al Atlético a un desprestigio intolerable, sin otra razón que la tolerancia que, más o menos maquillada, encontraron en el club.

Abundaron los precedentes para acabar con el imperio de los ultras y no se tomaron medidas concluyentes. No habrá mejor ocasión que el escándalo del derbi para desactivar a una facción que no aporta otra cosa que violencia, chulería y simbología grotesca. Con esa gente no se negocia. Por desgracia, los jugadores y Simeone prefirieron refrendar la actuación de los ultras a reprochárselo. El técnico habló de un inexistente equilibrio entre los salvajes del fondo sur del Metropolitano y el gesto de Courtois tras el gol de Militao.

A las injustificables coartadas que esgrimió Simeone se añadió la docilidad de los jugadores, que acudieron en masa a aplaudir al fondo de los violentos, en medio del estupor de los aficionados del Atlético. Lejos de repudiar su actuación, los futbolistas reforzaron a los indeseables con un acto de pleitesía. Es un vasallaje que comenzó hace décadas, durante la etapa de Jesús Gil promovido por la dirección del club, y ha convertido al Frente Atlético en un fenómeno de agresión y chantaje.

Pasada la media noche, el Atlético de Madrid emitió una nota de rechazo a los incidentes y, al revés que Simeone y Koke, no excusó la actuación de los ultras. Es un paso en la buena dirección al que corresponde una sucesión de tajantes medidas. De lo contrario, los ultras replegarán velas tácticamente, pero seguirán enquistados en el corazón del club. Sin actuaciones rigurosas y contundentes, no tardarán en reaparecer con toda la podredumbre y brutalidad que les caracteriza.

Los sucesos alejaron el fútbol del centro de la calzada al arcén. Apenas quedará recuerdo del capítulo futbolístico. Partido plano, especulativo, de extrema prudencia de los dos equipos, resuelto con un empate de última hora y escasos aspectos reseñables. Quizá lo más sorprendente fue el Frankenstein de alineación que utilizó Simeone en el primer tiempo. Buena parte de sus jugadores -Llorente, Julián Álvarez, De Paul…- estuvieron fuera de sus posiciones naturales. De la alineación de Ancelotti queda el 4-4-2 puro y duro que se repetirá en varios de los momentos más comprometidos de la temporada.

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