Cibeles mudó el blanco por el rojo
La Selección paseó la copa por Madrid, que se echó a la calle para festejar a sus héroes. Que yo recuerde, sólo la manifestación tras el golpe del 23-F sacó tanta gente de sus casas como estos recorridos de la Selección, cuyos éxitos nos unen en una alegría común. Cierto que el fútbol da alegrías pero no soluciones, cierto que este país seguirá desacomodado en varias cuestiones de importancia, pero una victoria así, y ese alarde de espíritu común bajo una misma bandera y con una misma camiseta, sólo puede producir un efecto benéfico. Algo que hay que agradecer a estos chavales y a su capataz, De la Fuente.
Ha sido para estar orgullosos. Siete partidos, siete victorias. En la fase de grupos, ante Italia, y las tres últimas, las de la fase del mata-mata, ante Alemania, Francia e Inglaterra. En definitiva, triunfos contra las otras cuatro selecciones europeas que, con la nuestra, están en la relación de campeonas mundiales. Cuatro partidos cara a cara contra lo mejor del continente, todos ellos ganados con solvencia gracias a un fútbol ejemplar por lo generoso, un contraste en un campeonato en el que han primado los entrenadores cautelosos, por decirlo cariñosamente. En el caso de Alemania, que nos llevó a la prórroga, con el mérito de batir a la selección local, tema peliagudo.
Fue un buen recorrido por Madrid, con los jalones obligados en La Zarzuela (espléndidas la princesa y la infanta, enfundadas en La Roja), La Moncloa y el Ayuntamiento, con fiesta final en Cibeles, que esta vez navegó entre camisetas rojas en lugar de las blancas que en tantas ocasiones la visitan. La espera fue larga, la euforia justificada y el acto final divertido, con Morata en funciones de aquel Reina de años atrás. Un share de casi el 80% y 14 millones de telespectadores el domingo, medio millón de ciudadanos en la calle ayer. Grandes números. Este país tiene ansia de alegría y concordia.