En uno de esos universos paralelos imaginados por la física cuántica, en el que resulta innegociable que el máximo artillero de un país vaya a un Mundial, Borja Iglesias desatasca aquelos octavos que se le atragantaban a su selección. En ese mismo cosmos, un delantero al que se le caen los goles debuta en Primera siendo aún barbilampiño, no a los veintitantos. O marca una época en el Espanyol, tras devolverlo a Europa 12 años después, con 17 dianas. Y, si al final resulta que se va al Betis dejando en un año 18 millones de plusvalía, triunfa con Rubi, su gran aval. Por supuesto, todo ello envuelto en grandes lujos, en la burbuja del fútbol multimilonario.

Pero en este mundo. tuvo el Panda que dar mil vueltas, del Celta al Real Zaragoza pasando por la cantera del Valencia, hasta irrumpir en le elite y comérsela como un hambriento que sale del desierto. Aquel Betis-Espanyol de Copa que jugó como perico en enero de 2019 le envió una señal, que ese verano se confirmaría. Pero con Rubi y todo a favor de repente se descompuso. Y tuvo que rescatarlo un desconocido, Pellegrini. Para rubricar su corazonada, cómo no, en una final de Copa. En este planeta, el real, Borja rompe moldes, de La Resistencia a sus viajes con amigos casi en plan interraíl, parando por su amistad con Kase.O. Como el rapero, en 2022 él ha cerrado El Círculo.