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Benzema y el canto del gallo

Tengo que confesarme ante los dioses del fútbol. Soy culpable. Como San Pedro había negado tres veces a Jesús, de cierta forma he negado a Karim Benzema. He tenido malos pensamientos, he llegado a creer que mi querido compatriota no sería nunca más el maravilloso delantero que vimos la temporada pasada. El jugador que cambiaba el destino de los partidos. He llegado a escribir y a decir en la radio que, después de alcanzar la cima, Karim había empezado la bajada. Incluso, y eso era una especie de blasfemo, he pensado que había que renovar su contrato con el Madrid por agradecimiento, pero que era esencial, por no decir vital, fichar un nuevo ‘nueve’ para ser titular en el ejercicio 2023-24. Y permitir a Benzema acabar tranquilamente su carrera, sin llevar todo el peso del gol. Me he dejado engañar por la lógica, por creer que un futbolista de 35 años mermado por repetidas y diversas molestias estaba condenado al declive.

Sin embargo, Benzema no es como los demás y un antiguo y fiel admirador como yo lo hubiera tenido que recordar. No lo hice. Pero el delantero galo lo ha hecho por todos los que hemos tenido la osadía de dudar. Claro que los dos tripletes anotados en sólo dos partidos son una deliciosa barbaridad y valen su peso en oro, mirra e incienso, pero, según mi modesto criterio, el mejor Karim se vio en el juego. Es decir en su capacidad de escoger siempre el mejor camino, de hacer lo que pedía el encuentro, de dar los pases más adecuados en cada momento. Esta conexión de mi compatriota con los demás y para los demás es la prueba definitiva de que queda Benzema para rato.