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Bayern y PSG, dos modelos opuestos

La enésima caída del PSG en la Champions viene a reforzar una vez más la tozuda realidad del fútbol, que prescribe unos códigos, usos y costumbres sin los cuales no se puede escalar a la cima. Amontonar figuras puede parecer una buena idea, pero no lo es tanto si recelan entre ellas, si mandan más que el entrenador, si están elegidas al buen tuntún sin dar coherencia a una plantilla con la que se pueda construir un equipo eficaz, con reemplazos, con una idea de juego, a ser posible variable en emergencias. Nada de eso es lo que busca el PSG, que imaginó un atajo que no existe para llegar cuanto antes al título de Champions. Y fracasa una y otra vez.

Enfrente ha tenido una cosa muy distinta: el Bayern, un club regido por exfutbolistas, conocedores de que la Champions no es una cosa que pueda comprarse con mucho dinero, como quien adquiere el mejor yate del puerto, sino poco a poco, paso a paso, con paciencia para volver a empezar cuando el delicado castillo de naipes se derrumba un momento antes de culminarlo con el último. Y sabiendo que si no se consigue no es un drama, porque sólo hay una cada año, todos la desean y al menos media docena de clubes tienen derecho y mérito para aspirar a ella. El primer pecado del PSG es la ansiedad a que se somete a sí mismo cada año.

Y otra cosa, que aprendió Florentino en el primer mandato: los galácticos, mejor de uno en uno. Cuando hubo cuatro, y mira que fue bonito aquello, los celos y el mangoneo se multiplican. Si sólo hay uno, llámese Cristiano o Messi, la plantilla asume que toca remar porque ellos resuelven. Si son tres ya hay que repartir demasiados privilegios, entre ellos el de no correr. Esta vez al menos faltó Neymar, así que hubo uno más a trabajar, pero Mbappé jugó descolgado arriba y Messi repitió una de esas noches paseantes de cuando al Barça le eliminaban con goleadas. Sólo me dio lástima Sergio Ramos, que conoce el paño y se batió como un bravo.