Auan-ba-buluba-balam-bambú
Veo varias veces, a cámara lenta, la entrada de Gabriel Paulista sobre Vinicius. Parece imaginada por Guillermo del Toro y es tarjeta roja, rojo sangre. Luego me fijo en un detalle: es brasileño contra brasileño. Paulista contra carioca. No es una falta técnica, es un ataque con nocturnidad y alevosía. Uno se imaginaría que un defensa que creció en el país del jogo bonito tendría más paciencia y estoicismo ante un delantero que, además de ser brillante, a ratos se adorna en el troleo del contrario. Y entonces me acuerdo del gran Pelé. Su muerte ha sacado a la luz las escasas filmaciones de su fútbol. Son ejemplos de un jugador único, que se servía de todos los recursos y además inventaba algunos propios, pero nunca llenando de orlas y cenefas sus regates. Cada gesto y detalle estaban en su sitio. Un periodista de su país lo describió diciendo que esa alineación mítica del Brasil campeón en Suecia 58 —Didí, Vavá, Pelé, Garrincha, Zagalo— había que pronunciarla como quien canta Auan-ba-buluba-balam-bambú. Es decir, el baile siempre era cosa del equipo, pero la orquesta aceptaba solos.
Son ahora otros tiempos. No creo que Vinicius sea un provocador, pero es cierto que su estilo es parte de una tendencia actual: el jugador selfie. El brasileño que ve el adorno como parte del juego, porque se lo puede permitir, y además así sale mejor en las fotos. Neymar, claro, nos viene a la memoria como su gran precursor, y Antony en el Manchester United con sus caracoleos futiles es otro buen ejemplo. Con Vinicius, a sus 22 años, aun podemos pensar que son pecados de juventud, herencia de fútbol de calle.
El otro vi a los once finalistas del premio Puskas al mejor gol del año. Si no hay sorpresas ganará Balotelli, ese delantero italiano que quería ser brasileño. En su gol, Balotelli entra en el área, le hace seis bicicletas al defensor, seis, y remata de rabona. Es rock and roll. Tiene 32 años, ha pasado por 12 equipos y ahora está jugando en la liga suiza. Será su minuto de gloria, su selfie.