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Alonso siempre vuelve

Cuando parecía que Aston Martin había tocado fondo, con la peor actuación y la peor imagen de la temporada en el GP de México, la escudería británica resurgió en Interlagos solo una semana después. ¡Y de qué manera! El coche volvió a ser competitivo. Y Fernando Alonso añadió la magia con un nuevo podio en el GP de Brasil, el octavo en el presente Mundial, que a diferencia de los anteriores llegó teñido de tintes heroicos. Alonso salvó la tercera posición por solo 53 milésimas, un pestañeo, pero antes de ese esprint final brindó una lección de pilotaje en las últimas vueltas para decantar el pulso frente a Checo Pérez. El bicampeón de la Fórmula 1 tenía casi todo en contra: el monoplaza superior de Red Bull, la velocidad punta, el DRS a favor del rival… Pero he escrito ‘casi todo’, porque había algo que sí jugaba en su beneficio: su experiencia y su clase.

Checo rompió la defensa numantina de Fernando en la penúltima vuelta, pero el español fue capaz de devolverle el adelantamiento cuando la pelea parecía perdida. El podio se rodeó de tanta épica, que la realización televisiva y el espectador mayoritario se olvidaron de que por delante rodaban otros dos pilotos: el de siempre, Max Verstappen, y el mejoradísimo Lando Norris. Ningún titular periodístico hablará esta vez de ellos, pese a sus meritorios resultados, porque, aunque no es bueno caer en el tópico de que hay derrotas que saben a victorias, es innegable que el espectáculo cala en el corazón de los aficionados, aunque no venga acompañado de la primera plaza. Alonso y Pérez ofrecieron un duelo grandioso. Solo hay que ver el rostro de ambos, al terminar la carrera, para comprobar que los dos habían disfrutado del combate, al margen del puesto final en Sao Paulo. Aston Martin ha vuelto. Y también Fernando Alonso. Su magia no se había ido nunca.

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