Alcaraz no destapa la magia
Esta vez no hubo magia, ni milagro… Tampoco encontró en ningún momento el espíritu que le permitió la hazaña en Roland Garros. Nos tenía mal acostumbrados.


La Central de Wimbledon rugía su nombre cuando Alcaraz se disponía a restar ante Sinner en el cuarto set para seguir vivo en la final. “Carlos, Carlos, Carlos…”, retumbaba La Catedral. El público animaba a su campeón, dos veces coronado en ese mismo escenario tras sendas finales ante Djokovic. Los aficionados no querían irse a casa, querían ver más tenis, esperaban la magia… Un mes antes, en Roland Garros, el español sí lo había conseguido: aquel 8 de junio salvó tres bolas de partido para darle la vuelta al marcador. Esta vez se enfrentó a la misma situación: 40-0. Pero solo repelió una pelota. No hubo magia, ni milagro… Tampoco encontró en ningún momento el espíritu que entonces le permitió la hazaña. Nos tenía mal acostumbrados.
Este Carlos Alcaraz no fue el mismo de París, ni tampoco aquel que hace dos años destronó a Novak Djokovic en Londres. Ante un tenista tan gélido como Jannik Sinner, un auténtico ciborg, el español oponía siempre su temperamento, su desparpajo, su originalidad, para agarrarse a la épica. Carlitos tenía el don de crear inseguridades en el tenista más perfecto del mundo, igual que conseguía Rafa Nadal con Roger Federer. Por eso exhibía un 8-4 a favor, las cinco últimas victorias consecutivas, ante un rival imbatible para el resto. Ahora es 8-5. El italiano no hizo nada diferente en Wimbledon, fue el martillo pilón de costumbre. El robot invencible. Una maquinaria inapelable. Pero Alcaraz no halló esta vez la fórmula mágica para descarrilar el tren. El hechizo solo duró el primer set. Luego se evaporó.
Alcaraz cedió así su primera final de Grand Slam en su sexta comparecencia. No es ninguna deshonra. Ninguno de los grandes campeones de la historia ha terminado invicto su carrera. Nadal perdió ocho de las 30 finales que disputó en grandes; Federer sucumbió en 11 de 31, y Djokovic lo hizo en 13 de 37. Y ahí están los tres, en el altar del deporte mundial. Como dijo Nelson Mandela: “No me juzgues por mis éxitos, júzgame por las veces que me caí y volví a levantarme”. Eso es lo que ahora le toca al último subcampeón de Wimbledon. La vida sigue. Y el tenis también. Volamos a Norteamérica, con destino final en Nueva York.
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