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Alcaraz da un vuelco a la historia

El don de Carlos Alcaraz es que aprende rápido, muy rápido, incluso dentro del mismo partido. Y eso, a sus 20 años, demuestra una madurez solo a la altura de los elegidos. Su progresión esta temporada sobre la hierba desde su debut en Queen’s es digna de estudio en las escuelas de tenis. Y en las escuelas de la vida. El terrible 6-1 que encajó este domingo en el primer set hizo pensar en lo peor. De repente resucitaron los fantasmas de la semifinal de Roland Garros, donde la sola presencia de Novak Djokovic, el número uno de la historia en casi todas las estadísticas, y el peso del escenario atenazaron a Carlitos, hasta el punto de provocarle unos calambres que terminaron con sus aspiraciones. Aquel día, la cabeza no acompañó a su enorme clase. Alcaraz sintió miedo escénico, se arrugó ante la excelsa figura de Djokovic. Algo parecido debió ocurrirle en el arranque de la final de Wimbledon: el peso del All England Club, las Casas Reales de Windsor y Borbón en los palcos, la tradición de sopetón, jugar contra el mejor de siempre… Si Alcaraz seguía agarrotado, el duelo generacional iba a durar muy poco.

Pero Carlitos se liberó, su tenis comenzó a fluir, empezó a soltar la mano, a inventar travesuras, a levantar a la grada… La clave estuvo, seguramente, en el tie-break del segundo set, que solventó con un golpe magistral. El serbio llevaba 15 desempates sin perder en un Grand Slam, pero el español tumbó esa barrera. No fue la única. Hay un dato más abrumador, sorprendente, que habla mucho de la casta del murciano: Nole nunca había salido derrotado en un grande cuando se había anotado la primera manga, 77-0. El fenómeno de El Palmar le hizo morder el polvo por primera vez. O, más bien, la hierba. Un vuelco histórico que va más allá de la pura estadística, es el síntoma de un cambio de ciclo, del relevo anunciado. Wimbledon tiene nuevo rey. Y tiene pinta de que va a serlo por mucho tiempo.