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Del triunfo de Liverpool se pueden extraer múltiples lecturas más allá del contundente resultado y la imagen de haber tomado un templo del fútbol. Hay que poner en valor cómo el equipo se sobrepuso a un comienzo catastrófico, porque encajar dos goles en Anfield en un cuarto de hora puede arrasar a cualquiera. Una de las claves fue que Carletto detectó la fisura por la que le estaba entrando el agua: la comodidad y espacios que estaba encontrando Salah en su banda. Desde el comienzo el egipcio estuvo mortificando a Alaba, que se enfrentaba muchas veces a un dos contra uno sin que ni Modric ni Vinicius llegaran a tiempo de echarle una mano. Ancelotti mandó a sus extremos bajar a cerrar su banda cuando atacaban los reds, llegando a tener una línea de cinco en el medio con solo Karim en punta. Esta disposición no sólo desactivó la llegada de los de Kloop, que sin el vértigo de Salah no tienen nada, sino que permitió robar y salir en velocidad a la contra.

El equipo se encontró seguro en ese planteamiento y el esfuerzo de los brasileños permitió a Modric, Valverde y Camavinga una comodidad y superioridad impropias ante un rival que otras veces mordía. Fue otra vuelta camaleónica de este grupo, que sigue unido, se ve fuerte en la mezcla de veteranos y jóvenes. Y quiere más.