Ediciones
Resultados
Síguenos en
Hola

A Amancio siempre le gustó pisar el área

En la 61-62, el Depor ascendió a Primera como campeón del grupo Norte de Segunda División. En su ataque había una perla, Amancio, el regateador más hábil de nuestro fútbol en muchos años a la redonda, a la vez con gran sentido de la profundidad y del gol. Con 19, fue pichichi de la categoría. Tenía un tío futbolista que jugó en el Cartagena con el nombre de Amaro, y un padre que había abandonado la familia cuando era niño (Un buen día se fue por tabaco y no volvió. Con los años se le presentaría en Montevideo, en el hotel donde se alojaba el Madrid para un partido contra el Peñarol pretendiendo reconstruir la relación, pero él le rechazó).

A primeros de los sesenta, a Bernabéu le estaba envejeciendo el equipo, con Di Stéfano, Puskas y Santamaría metidos ya en la recta hacia la cuarentena, y fue a por él. Un amigo coruñés, Emilio Rey, le avisó de que el Barça lo pretendía y que estaba dispuesto a dar 12 millones. Bernabéu, que intentaba no ser tan autócrata como se le tenía, lo planteó a la directiva, pero no había dinero y le dijeron que no. Pero como sí era autócrata engatusó a su vicepresidente, el orondo Muñoz Lusarreta, empresario teatral y propietario de salas de cine, para que adelantara el dinero a espaldas del resto de la junta y el bonachón vicepresidente aceptó. Luego viajó de tapadillo y consiguió a Amancio por diez millones más la cesión del prometedor meta Betancort y el traspaso de Antonio Ruiz y Cebrián. El primero era un medio defensivo con recorrido, en muy buena edad, que apuntaba a sucesor de Zárraga y le tuvo que hacer el favor a Bernabéu, que se lo compensaría para los restos contratándole para el cuadro técnico cuando no tuvo equipo. Cebrián era una promesa de la cantera.

Ese mismo verano Amancio fue incluido en una prelista de 29 para el Mundial de Chile. Como andábamos sin extremo derecha le utilizaron para esa posición y no la de interior adelantado en la que venía jugando. Funcionó. Dejó un recuerdo espectacular desde el primer partido ante el Saarbrucken en el viejo Metropolitano que ninguno de los que vio ha olvidado. Jugó los siguientes tres encuentros de preparación, pero en el quinto y último no le pusieron y para su desencanto quedó entre los 7 descartados. La rumorología culpó al Madrid porque corrió que de haber ido al Mundial el traspaso le hubiera sido más caro. A saber.

El caso es que allí se le echó en falta porque viajamos sin extremo derecho (tuvo que hacer las veces Collar, cambiado de banda, cosa entonces considerada sacrílega) y él sin embargo entró en el Madrid en esa posición como guante en la mano, abriendo una delantera brillante: Amancio, Félix Ruiz, Di Stéfano, Puskas y Gento. Era un diablo del regate al que sólo se podía parar con faltas. En ausencia de tarjetas, que no llegaron hasta el 70, recibió patadas a cientos. No se arrugaba, porque era bravo y valiente hasta lo temerario. De cuando en cuando se revolvía, descargaba en un puñetazo la ira acumulada en decenas de partidos y le expulsaban.

El fin de Puskas le fue convirtiendo en interior en punta, eje del ataque del Madrid ye-yé, en una época en la que se abandonó el 4-2-4 para pasar al 4-3-3. Con Pirri, Velázquez y Grosso detrás, Gento a la izquierda y Serena a la derecha, fue lo que hoy llamaríamos ‘jugador’ franquicia’ del Madrid en el difícil tiempo del ‘postdistefanismo’, en el que además estuvo prohibida la importación de extranjeros desde 1962 hasta 1974. El juego ganaba en emoción cuando Amancio tenía el balón. Le gustaba pisar el área, jugar en zonas comprometidas, “donde muerden los cocodrilos”, decía. Tenía genio, genialidad y gol, dentro de los límites de un tiempo tan cerrojero y tramposo que rara vez el pichichi llegaba a 20 goles y los hubo con 14 ó 15.

Estuvo en la Selección que ganó la Eurocopa de 1964 ante la URSS, año en el que fue Balón de Bronce y encabezó al Madrid que recuperó la Copa de Europa en 1966. Fue un orgullo para toda la afición verle con la selección FIFA en un Brasil-Resto del Mundo en Maracaná frente a frente con Pelé. Resistió en el equipo hasta 1976, siempre como titular, sobreviviendo a aquella célebre cornada de Fernández en Granada, de la que se recuperó, y a los nuevos métodos físicos del dúo Miljanic-Radisic, que le hacían bajar las escaleras de espaldas por el dolor de agujetas que sufría. Su última temporada la jugó un poquito más atrás para construir con panorama. Quizá por eso admiró más a Puskas que a nadie: “Según pasan los años todos tendemos a jugar un poquito más atrás. Puskas, no. Él cada año que cumplía jugaba más arriba”.

Retirado, contribuyó al lanzamiento del fútbol sala en España en el equipo que montó José María García con varios veteranos (también estaban ahí Ufarte, Adelardo y José Luis) y era una maravilla verle. Luego inició con brillo su carrera de entrenador en el Castilla, donde fue el alfarero de la Quinta del Buitre. Cuando llegó al primer equipo tuvo la mala suerte de una noche turbulenta en Milán que se lo llevó por delante y quedó desencantado. Desde entonces se dedicó a su familia y a apoyar al Madrid en lo que hiciera falta. Ha fallecido como presidente de honor del club que tanto amó y engrandeció. Un digno final, una vida colmada. Descanse en paz.