Memorias de un estallido
Si dijera que creía, mentiría, porque apenas unas horas antes alguien me preguntó si lo hacía y le dije que no, que esperaba una victoria de Almería y Eibar. Pero creía; hay whatsapps y personas que así lo atestiguan. De repente, un pálpito, el "¿y si sí?", me invadió como a otros tantos. Eran tantas las veces que la suerte había sido esquiva, que la tostada había caído boca abajo, que en alguna ocasión teníamos que cogerla en el aire, como el superhéroe que salva el desayuno antes de que la mermelada impregne el suelo.
Decía Eduardo Galeano que no hay nada menos vacío que un estadio vacío, y -cómo osar contradecir a quien mejor sentipensó el fútbol- es verdad. Durante mucho tiempo perdurarán los ecos de un gol que ni siquiera fue en Zorrilla, pero atronó. Otros lo habían hecho ya; los dos del Leganés y los tres del Real Valladolid. Sin embargo, ninguno había provocado semejante estallido. Pacheta dijo días después que sus recuerdos deportivos están en sonidos. El ensordecedor del estadio, con el postrero gol de Zarfino, resonará durante mucho tiempo.
La del técnico era una de las pocas miradas que se dirigían a lo que sucedía en el césped. En la grada, alguien me preguntó por lo que pasaba en los otros campos. "Si hay gol en Alcorcón, avisa". Visto en perspectiva, resultó premonitorio. Mientras miles de ojos miraban sus móviles, el sonido Carrusel anunció una nueva. "¡Gol del Alcorcón!". Se sintió en el verde, Aguado dobló las rodillas y Joaquín y Monchu corrieron sin saber qué hacer.
Esa persona que preguntó, como prediciendo, saltó. Yo recuerdo un parpadeo como fuera de mí, de espaldas al campo, mirando hacia arriba. Ese desconocido me abrazó y sacó el móvil, sacó una foto que no tengo ni sabría a quién pedir, pero da igual. En ese instante, el fútbol volvió a ser tal y como lo recordábamos: el disfrute con los nuestros y con aquellos con los que lo compartimos. El de la pureza en las lágrimas y de los abrazos de gol.
Cuando Galeano escribió 'El estadio', lo hizo de Wembley, del Centenario, de Maracaná y La Bombonera; también del Estadio Azteca, de San Mamés y del Camp Nou. Toda su inmensidad guarda el sonido que rompe el silencio y su vacío. Todavía el José Zorrilla no se había callado del todo cuando jugué a atesorar sus ecos; manías que uno tiene desde que tiempos que fueron más oscuros. Gritaba; gritó incluso algo que uno no acostumbra en momentos así, como que "el escudo no se toca". Lo seguía escuchando como en el minuto 91.
Cierro los ojos una semana después y vuelvo allí; cada blanquivioleta lo hace. Con la relajación de quien ve los toros del playoff desde la barrera, sin querer pensar qué habría pasado de haberse cumplido aquello que creía a primera hora de esa mañana: Que Almería y Eibar iban a ganar. Aquel pálpito, seguro, sería hoy un martilleo incesante, más viendo lo que les ha pasado a Las Palmas y Eibar. Amenazó tormenta, pero, como diría un buen amigo recordando a un ser querido: el sol salió. Zorrilla suena, volverá a sonar, a Primera División.