La orejona de Proust
Mi primer recuerdo de la vieja Copa de Europa es el brillo fulgurante de una camiseta del Real Madrid. Pese a la derrota, aquel resplandor blanco inédito me pesó siempre más que el disgusto por el gol de Alan Kennedy. La final con el Liverpool del 81 era la primera vez que el Madrid cambiaba las camisolas de algodón, que tiraban al mate y lucían más en blanco y negro que en color, por las modernas casacas sintéticas, resplandecientes, de nylon, con las tres rayas moradas, todavía sin publicidad.
El Madrid se había ido haciendo pequeñito desde 1966. Sus equipos iban perdiendo el lustre de las cinco primeras copas y Europa le imponía, se le ponía cuesta arriba. Perdió en Atenas con el Chelsea en el replay del 71 y llegaba al Parque de los Príncipes como los camioneros entraban al Mercado Común, con complejo y sensación de que algo malo podía ocurrir, y más tras el gol de Zamora en El Molinón que cortó el paseo de rodillas de Juanito en Zorrilla. Dónde estábamos, con quién la vimos, cómo lo celebramos o cuánto nos desesperábamos, el ambiente de la grada, las caras… Los recuerdos paralelos, todo lo que rodea a una final de Copa de Europa, pesan más que el juego. Las bengalas del Olímpico de Roma en el Groobelarazo de 1984, el retraso absurdo de la infamante final de Heysel en una Vanguard con antenas de cuernos, el camino hacia el vestuario de Schuster en Sevilla, el saltito de valla de Cruyff en Wembley, mis amigos culés llorando tras el 4-0 de Atenas, los bares de Pamplona (!) celebrando La Séptima.
El sabor de las noches europeas se desborda en días como este 28 de mayo y, aunque a mis ínfulas elitistas les animen más las finales en miércoles, entiendo la lógica de un sábado a lo Eurovisión. Esta noche muchos niños empezaran a forjar sus recuerdos, y otros tantos adultos los pondremos en relación con lo ya vivido. Esperamos una victoria, pero queremos más: le pedimos a la orejona que alimente nuestros recuerdos, que ponga brillo a nuestra pasión. Hoy, en el cumpleaños de mi hijo Guille, soplará con él las velas el irresistible vendaval evocador del fútbol. Pase lo que pase, ganará la memoria.