Los niños de la final
Karim Benzema era un niño inquieto que corría tras un balón con sus ocho hermanos por las calles de Bron (cerca de Lyon). Vinicius José Paixao aprendió a jugar a los ocho años en la Escolinha Fla, una de las más humildes de Río de Janeiro. Mohamed Salah dio sus primeros pasos en Nagrig, un pequeño pueblo egipcio sin estadios ni polideportivos. Sadio Mané practicaba con un viejo y descosido balón en los embarrados campos de Bambali, al sur de Senegal...
Esos niños se han convertido ahora en estrellas de leyenda. Y tienen algo muy importante en común: su origen humilde y su amor por el juego. Hubo un día en que ellos también fueron Futbolísimos. Niños que disfrutaban, soñaban, brillaban y tejían sus esperanzas corriendo tras una pelota.
Cada gol que marcaban, y fueron muchos, contenía en su interior las palabras del premio Nobel, el filósofo y escritor Albert Camus: Para explicar qué es la felicidad, simplemente le daría un balón de fútbol a un niño. Ojalá que esta noche, cuando salten al césped del Stade de France no olviden lo que un día fueron, y lo que hoy son millones de espectadores que les observarán con los ojos muy abiertos: niños ilusionados.