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Hay deportistas buenísimos ante los que te quedas frío. Que son témpanos y te dejan como un cubito. Y hay otros que, además de ser unos genios, te remueven por dentro. Te hacen botar en el asiento. Te aceleran el pulso. Te irías a hacer puenting con ellos si te lo propusieran porque transmiten disfrute y confianza. Son gente con carisma, que además de ganar arrastran masas. Carlos, o Carlitos, Alcaraz es uno de ellos. Con la espontaneidad adolescente aún no reprimida, esta semana ha entrado en el corazón de un país. Los aficionados al tenis barruntaban algo grande. Tras tumbar en Madrid a Nadal, Djokovic y Zverev, ha pasado de las conversaciones de club de tenis a las tertulias de barra de bar. Ya es uno de los nuestros.

El gran público se ha aprendido la receta de "cabeza, corazón y cojones" que le repite su abuelo Carlos. Que está imbuido del espíritu irreductible del malogrado Juanito ("Un partido en Madrid es molto longo", escribió sobre la cámara tras voltear a Djokovic y vivir la remontada del Madrid en el Bernabéu). Que no se tapa en las ruedas de prensa. Que tampoco tiene sentido del ridículo (ahí quedó su baile al son del 'Cumpleaños feliz' de Parchís en la pista). Nadal no se ha ido y Carlitos ya está aquí. Todo Madrid, toda España y todo el mundo ya lo han descubierto. Una supernova ilumina el cielo.