Ediciones
Resultados
Síguenos en
Hola

La fuerza del destino y un gigante en la portería

En su tercer arrebato de la temporada, el Real Madrid colocó el penúltimo ladrillo de un edificio que permanecerá para siempre. Le falta rematarlo en la final de París, contra un equipo que tampoco está manco de proezas inexplicables. Real Madrid y Liverpool destacan por sus títulos y su mística. Junto al Bayern, son los dos equipos que no tiemblan al decir somos el Madrid, somos el Liverpool, y vosotros, no. Esta característica se ha marcado a fuego generación tras generación y proporciona ventajas que parecen inexplicables, pero no lo son. Cuando el Madrid repite tantas veces su triple salto mortal y sale vivo de la acrobacia, es inútil apelar al amparo de la fortuna. Lo hace porque se siente dueño de un plus intangible que los demás no poseen. Más aún, saben quién dispone de esa ventaja inconcebible y no puede escapar al terror.

Después del partido con el Manchester City, pasada la medianoche, cientos de aficionados descendieron por La Castellana para acudir a la plaza de Cibeles. Bajaban al grito de ¡campeones!, ¡campeones!, en estado de transfiguración, ungidos por el tercer milagro en el Bernabéu. Las eliminaciones de PSG y Chelsea dejaron una huella imborrable, pero el partido con el City superó todas las dificultades anteriores. Esta vez, el Madrid estaba tan eliminado en el segundo tiempo como entonces, con un problema añadido de reloj. No había tiempo material no para remontar la eliminatoria, sino para igualarla.

El City contaba con dos goles de ventaja en el minuto 90 del segundo partido. Había desaprovechado dos ocasiones de gol en las dos jugadas anteriores y durante los últimos 15 minutos había ofrecido su mejor versión: pases, control y peligro. Quedaba el descuento, que a decir verdad es un periodo de tiempo que el Madrid lo tramita como si fuera un partido entero. Convierte seis minutos en 90, no se sabe por qué regla, pero le funciona ahora y le ha funcionado históricamente. Lo que a otros les angustia, al Real Madrid le fortalece.

Dos goles de Rodrygo, que los anota de todos los colores en la Copa de Europa y los marca de todos los colores, dieron la vuelta al marcador, al partido, al Bernabéu y a cualquier idea que se tenga del fútbol. Estaba cantado que llegaría el tercero, y pronto. Cuando de la combustión se pasa al estallido, nada ni nadie detiene al Real Madrid en el Bernabéu. En cinco minutos, el Real Madrid solucionó una papeleta de cuidado y se dio el vicio que más le apetece: disputar la final de la Copa de Europa.

Los hinchas que bajaban a Cibeles se sentían con todo el derecho a proclamarse campeones. Después de lo que ha sucedido en las tres eliminatorias anteriores, es imposible no creer en la fuerza del destino. El Madrid, que ha ganado 13 ediciones, nunca se ha visto en una apoteosis emocional como ésta. Hay que medirla en megatones. Arrastra al equipo, a sus aficionados y al fútbol, que revela una vez más los muchos misterios que alberga. Un equipo que ha estado con la rodilla en la lona en todas las eliminatorias, a merced de sus rivales en muchos momentos, encontró la manera de reponerse, casi siempre a partir del caos y el zumbido que genera el Bernabéu cuando empieza a asomar la proeza.

En el argumento del encuentro apenas existieron razones para la victoria. La primera parte fue equilibrada. El City no logró el control que pretendía (De Bruyne destacó por sus imprecisiones en pases y controles) y el Madrid no consiguió establecer una rutina de juego, excepto la búsqueda del incisivo Vinicius, que empieza a disfrutar de la demagogia. No pierde ojo a la tribuna.

El mejor City se vio en el segundo tiempo, a partir del golazo de Mahrez, el único remate imposible para Courtois, que fue elegido mejor jugador del partido con toda la razón del mundo. En una victoria que resulta difícil de explicar desde lo estrictamente futbolístico, Courtois destacó sobre los demás porque funcionó como el porterazo que es. De hecho, el resumen menos épico y más conciso del partido se resume de una sola manera: el City jugó mejor, pero el Real Madrid tuvo los goles y un portero colosal.