¡Campeones, oé, oé!
Viva la 35. Nada más acabar el partido, Carlo Ancelotti y su hijo Davide se fundieron en un abrazo de padre a hijo, pero también de técnico a técnico, de campeón a campeón. Ellos han sido capaces de convencer a un grupo de jugadores maravillosos que se motivó desde el mes de agosto para recuperar el cetro del fútbol español con una Liga que será recordada durante tiempo por su brillantez, contundencia y calidad. Una Liga de veteranos (Modric, Benzema, Kroos, Casemiro, Carvajal, Alaba, Lucas, Marcelo, Nacho, Courtois...) y noveles (Camavinga, Militao, Valverde, Mendy, Ceballos, Asensio, Rodrygo o Vinicius). Un equipo unido en torno a la figura de Carletto, al que ven como un pater familias, un maestro que ha sabido medir los tiempos para hacer reaccionar a los suyos tras los únicos tropiezos del curso (Espanyol en Cornellà, Getafe en el Coliseum y el Clásico en el Bernabéu). Ancelotti tiene esa mano izquierda que siempre hizo grande a este club. Que se lo digan a Miguel Muñoz, Del Bosque, Zidane y al propio Carletto. Se trata de proponer, no de imponer. Se trata de seducir, no de atemorizar. El fútbol es de los futbolistas y el italiano, que fue misionero antes que fraile, ha sabido quedarse en un segundo plano para que afición y periodistas hablemos de las hazañas de Benzema (MVP de esta Liga), de la magia de Vini (futuro de Balón de Oro cuando deje el fútbol Karim), de Modric (el eterno cerebro de este grandioso equipo) y de Courtois, un muro con guantes. Esta Liga ha tenido muchos protagonistas que se reparten una tarta con bastantes porciones, pero cuando los jugadores mantearon a Ancelotti y el Bernabéu se puso a corear su nombre (“Carletto, Carletto”), se estaba haciendo un acto de justicia. Grande, míster.
Cibeles, abarrotada. Se vivió una magnífica fiesta del césped en el Bernabéu (que nadie olvide que aquí no se cantaba un alirón desde hace 15 años), donde disfrutamos con el ‘¡Hala Madrid!’ clásico (el himno de las mocitas madrileñas), el nuevo himno de la Décima (A mí me pone los pelos de punta y es mi favorito) y el eterno We are the Champions de Queen. En el palco bailaba orgulloso Rafa Nadal, que hizo un saque de honor premonitorio de lo bueno que se avecinaba, siendo coreado por la grada como si fuese un pupilo más de Ancelotti. Los jugadores se abrazaron a la grada para cantar a pulmón el “¡Sí se puede!” y el “¡a por ellos!”, avisando de lo que le espera al City de Guardiola en este estadio mítico el próximo miércoles a partir de las 9 de la noche. Pero esa es otra historia que contaremos dentro de unos días. Ahora lo importante es la merecida fiesta de la 35, que concluyó en una abarrotada Cibeles, con miles de aficionados que llenaron de luz, alegría y color blanco esa visita a la diosa del madridismo que por culpa de la maldita pandemia se ha ido retrasando más de lo esperado. La celebración de la Liga 2020 quedó ensombrecida por el silencio de las gradas vacías del Di Stéfano. Por eso había tantas ganas de disfrutar, de cantar, de sentir, de gozar, de vivir, de fotografiarse, de abrazarse a las familias enteras, de abuelos a nietos, y de sentir la grandeza de este deporte cuando los que viven desde fuera este espectáculo comprueban que su felicidad total depende de lo que haga el equipo por el que se desviven desde que se levantan hasta que se acuestan. Una Liga conquistada sin darse importancia, con una humildad en el campo personificada en Benzema y Modric, dos líderes silenciosos que son ahora mismo la base moral de este equipo campeón. Pero después de este merecido fiestón, toca ya pensar en otra gesta. La del miércoles ante la tropa millonaria de Guardiola. Ahí entrará en juego el Bernabéu, territorio Champions. Territorio Real Madrid. Pep, la que te espera. Y el próximo domingo, pasillo en el Wanda. ¡Campeones, oé, oé!