Houdini viste de blanco
Houdini, el más célebre de los escapistas, ha encontrado a su perfecto heredero en el fútbol. Una vez más, el Real Madrid se libró de cuerdas, cadenas y candados para reaparecer con vida en un partido que se dirigía a la catástrofe. ¿Cómo lo hizo? Habría que preguntarle a Houdini, pero ya no está entre nosotros. Pervive en forma de leyenda, recreada en narraciones y películas, y está claro que así perdurará el mito del Real Madrid en la Copa de Europa. Viene de antiguo, de multitud de encuentros que se daban por perdidos y giraron radicalmente, sin otra explicación que la ofrecida por Carlo Ancelotti después de eliminar al Chelsea en un partido que desechó lo razonable -la aplastante victoria del equipo inglés- y eligió lo insospechado. "La maggia", acertó a decir el técnico italiano.
Por vieja que sea su fama como autor de lo inverosímil, nunca el Real Madrid ha alcanzado las cotas de esta temporada, coronada hasta el momento por el éxito en las situaciones más extravagantes que puedan pensarse. Para empezar, su dinámica de lo impensable se ha producido delante de su gente, en el Bernabéu, donde en esta edición de la Liga de Campeones salió derrotado por el desconocido Sheriff de Moldavia en la fase de clasificación, remontó contra el PSG en un ejercicio de exaltación que se recordará toda la vida y evitó el boquete que le abrieron los tres goles del Chelsea. Todo esto, más dos goles anulados por centímetros al equipo francés y el desestimado a Marcos Alonso por una de esas manos que figuran ahora en el batiburrillo normativo del fútbol.
El Chelsea es un magnífico equipo -campeón de Europa, nada menos- al que se puede medir por los parámetros habituales en el fútbol. Si juega bien, suele ganar. Si juega mal, lo paga. Se estrelló contra el Madrid en Stamford Bridge, después de una pésima primera parte, que coincidió con la mejor actuación del equipo de Ancelotti en toda la temporada. Es raro que el Madrid pierda cuando juega bien y es frecuente que brinde sus éxitos más recordados cuando juega mal o muy mal. Este fue el caso.
No hay equipo europeo que no esté avisado de las tormentas que desencadenan los enfrentamientos con el Madrid, pero el más avisado de todos es el propio Real Madrid, que ha interiorizado hasta lo más profundo del hueso su incomparable capacidad para voltear partidos que se daban por perdidos. Siempre cuenta con ese inagotable amparo, desconocido para la inmensa mayoría de los grandes equipos europeos, quizá por todos. La maggia de la que habla Ancelotti solo es patrimonio del Madrid.
El Chelsea hizo todo lo que se puede pedir a un equipo para ganar el partido. Tuchel olvidó sus extravagantes decisiones en el primer partido, alineó a sus jugadores más competentes, cada uno en el sitio más apropiado, dispuso una línea de cuatro defensas, dos de ellos -Marcos Alonso y Reece James- feroces en su aportación ofensiva y confundió al Madrid con la impecable interpretación del viejo juego del yo-yo, a cargo de sus dos delanteros (Havertz y Werner) y el más punzante de sus centrocampistas (Mount).
El Chelsea sacó ventaja desde el orden, la fiabilidad de su sistema y la personalidad de sus jugadores. Impresionaron por su empaque, a pesar de la derrota en Londres y del efecto Bernabéu. Mientras el partido se dirimió por la táctica, el orden y la respuesta general, no hubo color. El Madrid reparó el tremendo boquete cuando no hubo otra elección que el caos y la guerrilla, cuando las posiciones resultaron menos importantes que el efecto del desconcierto, cuando el fútbol pasó de la razón cartesiana al delirante territorio Houdini, el mejor y más brillante de los escapistas. Una vez más, se vistió de blanco.