El Madrid castiga al PSG con un Waterloo de enormes consecuencias

El fútbol produce con alguna frecuencia sus particulares Waterloos, momentos estratégicos de consecuencias resonantes para alguno de los clubes que participan en la batalla. En el Bernabéu se escenificó un Waterloo en toda regla, el choque entre dos potencias del fútbol que no están en las antípodas, pero representan intereses, modelos y perspectivas diferentes. Al Real Madrid y al PSG les une la riqueza, la ambición y poco más. Se midieron para dirimir algo más que un partido.

Se enfrentaban la mística de la historia en un equipo que acaba de cumplir 120 años y el neón que resalta en las estrellas de un club forrado de petrodólares. El Real Madrid es hijo del viejo fútbol. Es férreo, le sobra carácter y orgullo, su influencia social es impresionante, su nombre evoca gestas, grandes títulos, futbolistas inolvidables y una capacidad de atracción incomparable.

Benzema y Modric se abrazan sobre el césped del Bernabéu.

Jugar en el Real Madrid ha sido, es y será el destino principal de los mejores jugadores del mundo. Van al Real Madrid porque es un club formidable, pero también porque ofrece una garantía de solidez y solemnidad. Jugar en el Real Madrid significa impregnarse de confianza, de sentirse asistido por el intangible de la historia, que a cambio exige un compromiso y un rendimiento irreprochables. Es el Madrid el que mide a sus estrellas, no las estrellas al Madrid.

El PSG es un producto de nuevo cuño que busca el camino corto para instalarse junto a las potencias tradicionales del fútbol. Le desbordan el dinero y las prisas. Hay algo artificial en su diseño, y se nota. No logra espesar, desprenderse de su perfil epidérmico. A diferencia del Real Madrid, que siempre mira alto, pero está pegado al suelo, al PSG le falta anclaje. Puede comprar al jugador que quiera; no puede adquirir la credibilidad. Es un gigante etéreo.

El Madrid hizo con el PSG lo que recientemente hicieron el Barça y el Manchester United, las dos veces en la Liga de Campeones. El Barça, con evidentes signos de decadencia, perdió 4-0 en París. En la vuelta le aplastó por seis goles a uno. En 2019, el Manchester United, sometido a un declive aún más acentuado, perdió (0-2) en Old Trafford con el equipo francés. En París, ganaron los ingleses (1-3) y se clasificaron para los cuartos de final. Frente al Real Madrid, todo iba como la seda para el PSG: victoria en la ida (1-0), impresionante demostración de superioridad, ausencias importantes en el equipo de Ancelotti y ventaja durante la primera hora del encuentro de vuelta, con la hinchada madridista tan fascinada como aterrorizada por las proezas de Mbappé. Media hora después, el PSG salió destruido del Bernabéu. Fue un Waterloo en toda regla, de consecuencias incalculables.

Se ha dicho y escrito todo del partido, de la portentosa actuación de Mbappé, del error de Donnarumma –portero con excelentes condiciones, pero sobrevalorado por ahora- y del shock que sufrió el equipo de Pochettino. El Madrid le borró del mapa, en una noche memorable del equipo y en particular de aquellos que actúan como correa de transmisión histórica del equipo. Uno es Benzema, autor de un partido que definirá su legado en el club y que dejará huella en Francia, donde su figura rara vez ha recibido el aprecio que merece. Modric es el otro. Al borde de los 37 años, no hay duda de que ha ingresado en el panteón de los mitos del Real Madrid. Su menudo cuerpo contiene todas las cualidades que definen lo mejor del fútbol: compromiso, laboriosidad, inteligencia, resistencia a la derrota, intrepidez, deportividad, clase, liderazgo, creatividad y un catálogo excepcional de recursos técnicos.

El equipo líquido se escurrió por el sumidero. El equipo sufriente apretó los dientes, aprovechó un error monumental y arrolló. Para el PSG, el Waterloo excedió al desastre del equipo. Perdió en todos los flancos del combate. Mbappé comprendió en qué clase de equipo jugaba y en cuál jugará. Si quedaba alguna duda, está resuelta. El crédito del PSG en el mercado también sufrirá un golpazo. A las grandes estrellas les costará fichar por un club que las desdibuja. Los entrenadores se preguntarán si merece la pena integrarse en una estructura que los ningunea. La figura de Al Khelaïfi, presidente de la institución, sucesor de Andrea Agnelli en la Asociación Europea de Clubes y rival encarnizado de Florentino Pérez en estos tiempos, también sale debilitada. En el campo se jugaba un partido. En el palco, otro. Lo perdió Al Khelaïfi. Y el fútbol tomó nota.