Mucho Mbappé y demasiado rock&roll para el Madrid

Las portadas, los comentarios, los análisis, todo lo que sucedió en el Parque de los Príncipes se identificó en la figura de Mbappé. No podía ser de otra manera, por su fenomenal actuación y por la peculiaridad del partido. Si Mbappé tenía una ocasión de reivindicar su posición en la cima del fútbol, el encuentro con el Madrid le proporcionaba la coartada perfecta. Frente al club que ofreció 200 millones por su fichaje el pasado año y que más probablemente le contratará este año, con varios de los mejores futbolistas de la anterior generación -Benzema, Modric, Kroos-, en su primera oportunidad de plasmar el relevo y tomar el testigo de Leo Messi -los dos en el mismo equipo, el Real Madrid enfrente-, Mbappé hizo lo que corresponde a los elegidos del fútbol: demostrarlo.

Una característica esencial en un gran jugador es el deseo de constatar su supremacía en cada partido, pero es en las grandes ocasiones donde el ego les reclama una actuación portentosa. Lo explica la historia. Un repaso a la trayectoria de los genios del fútbol suele incidir en los días donde fueron irresistibles, no en una tarde cualquiera, sino en una trascendental. En la memoria colectiva del fútbol, todos los verdaderos grandes en fechas marcadas en rojo, partidos que definen sus carreras. Uno de esos fue el de Mbappé contra el Real Madrid. Era su noche y no la desaprovechó.

Mbappé presidió el partido y los titulares. Su gol en el último minuto coronó su magisterio. Fue una de esas veces donde la teatralidad del fútbol cobra todo su sentido, como si la obra que se representaba en París esperase al último segundo del acto final para honrar al héroe de la trama. No podía ser otro que Mbappé. Sin embargo, Mbappé no explica por sí solo el desastroso desempeño del Madrid, huérfano del más mínimo recurso para contrariar al PSG. Es difícil recordar un Madrid más empequeñecido, pacato y débil.

Mbappé se va del marcaje de Carvajal.

Sobrevivir. Más que un partido, para el Madrid fue un ejercicio de supervivencia. Rozó lo heroico porque Courtois y Militao se afanaron en impedir una catástrofe. Ni tan siquiera es posible hablar de un gran ejercicio defensivo en una mala noche del ataque. En realidad, el ataque no existió. Donnarumma quedó inédito. No recibió un remate. En cuanto a la defensa, destacó el coraje profesional de los jugadores en medio de la tormenta, pero no hubo sistema, ni orden, ni alternativas al amontonamiento en el área.

El Bernabéu ha visto decenas de veces esta clase de partidos. Equipos que se agarran como pueden al larguero, aguantan como pueden el ametrallamiento y, no pocas veces, rentabilizan al mil por cien un único remate. Al Madrid no le quedó ni esa posibilidad. Su mejor horizonte fue el empate. Sin ninguna ocasión, la victoria era imposible. El PSG le empotró en su área, desperdició varias oportunidades, falló un penalti y no paró hasta el último minuto del encuentro, el minuto que se reservó Mbappé para marcar su excelente gol.

Durante toda la temporada, el Madrid ha penado frente a equipos que le han jugado al ritmo del rock and roll: el Inter de Milán en el primer tiempo de los dos partidos de la primera fase de la Liga de Campeones, el Athletic en el segundo tiempo del partido de Liga y en el duelo de Copa, el Sevilla en su trepidante primera parte en el Bernabeú. Excepto en la reciente derrota en San Mamés, el Madrid venció en todos los casos. Ninguno de todos aquellos rivales pudo mantener su vibrante ritmo. Cuando decayeron, perdieron. El PSG no decayó, y el Madrid sufrió un calvario.

El PSG jugó con una vitalidad juvenil, de la que solo Messi no participaba. El Madrid transmitió la sensación de equipo envejecido, sin piernas para acallar el tambor batiente de su rival. El ingreso final, a modo de cameo, de Eden Hazard y Gareth Bale, acentuó esa sensación. Entraron para completar el desgastado paisaje del equipo, que no encontró el respiro que otras veces le salvó del K.O.