Talento, corazón y la impronta de la vieja escuela

De Felipe Reyes siempre me gustó el espíritu old school; Vieja escuela, los tiempos en los que la ética pesaba más que la estética. Ese aire a una versión europea de Moses Malone, el chairman of the boards: el mandamás de los rebotes. Solemos encasillar el talento en teoremas más vistosos, en jugadores de fantasía. Pero también es talento el cuidado extremo de los fundamentos, la capacidad para que los mejores minutos de tu equipo coincidan contigo en pista, el deseo de superar al rival por cada palmo de terreno en la zona. Está aquello que llamamos IQ, inteligencia en pista. Y está el viejo corazón, el orgullo del trabajo duro. Y todo eso, a paladas, fue Felipe Reyes.

Esa es la impronta de una leyenda. El tesón y el hambre, pero también el tirito de media distancia, el movimiento al poste, la ayuda defensiva: en suma, baloncesto. Felipe fue uno de los mejores en una generación que fue una de las mejores. De toda la historia. Quizá no fuera tu jugador favorito, pero era el tipo al que detestaba enfrenarse tu jugador favorito. La némesis de pívots de póster, el jugador que no se iba de la pista hasta que no había hecho todo lo que había que hacer para que su equipo ganara. De profesión, jugador de baloncesto. Uno de los grandes pívots de la historia del baloncesto europeo. Un Moses Malone del Viejo Continente y uno de los nuestros.