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Agonía también significa lucha

Rendirse no fue el himno del Barça. Acostumbrado ahora a la aceptación de la mala suerte, el equipo que pierde en los momentos en que ganar forma parte de las obligaciones del juego se impuso la tarea del héroe: no regalarle a nadie ni el nervio ni el aliento, y el resultado fue tan magro como la esperanza de obtenerlo. Pero nadie puede decir que este Barça que lleva tiempo siendo un equipo provisional, sediento de fortuna, demostró que es capaz de resarcirse.

Desde antiguo el Barça juega con talismanes inesperados. Apareció Pedri hace unos meses e hizo de un equipo (de un club) hecho pedazos una tabla de salvación para un conjunto que ahora lo necesita como respirar. En su ausencia regresó a Ansu Fati, recuperado para la alegría de jugar, y es este otro talismán el que devolvió la voluntad de ganar a un equipo que parecía destinado a una nueva vergüenza, la de quedar apeado de la historia.

Fue una agonía, pero es cierto que esta lucha no conoció desmayo, y ahí estuvo Ter Stegen explicando una lección de parar para que siga bailando la posibilidad de ganar un partido que era más que un desafío: era una montaña, un volcán, al final del cual nada era mejor que la victoria. La entrada de Démbelé fue más que un estímulo: nadie le puede negar su voluntad, su alegría de buscar oro allí donde hay barro. Estos muchachos desafiaron el arco iris. El Barça no se rinde. Ahí hay decadencia, claro, pero hay fútbol. Atentos.