La desgracia de la escalera rota
Cuando el entierro del editor Lara (enero, 2015), hijo de su padre tan famoso, el fundador del Grupo Planeta, el Barcelona estaba de espectador en un pleito decisivo, el de Hacienda contra Messi, durante años la base de su fortaleza. Entre los que acudieron a despedir al empresario estaba el entonces presidente del Barça, Bartomeu, al que se suponía ocupado en los aspectos de la defensa del futbolista, y por tanto de quien llevara directamente esos trámites judiciales. No, no conocía al abogado, no tenía ningún contacto con él.
Aquello era más que un síntoma de descuidos y era también la expresión de una desgracia que ahora puede llamarse de la escalera rota. Fueron cayendo tramos de esa escalera que fue una cúspide de éxitos y que de pronto empezó a desprender clavos, maderas carcomidas, desconfianza, hasta que ahora mismo se acaba de derrumbar con estrépito una etapa que prosiguió con el Laporta de las dudas y con el Koeman que concluyó, con su despedida, el despropósito que ahora tiene que reconstruir uno de los futbolistas que subió al Barça a lo alto de la escalera.
Al Barça le ha faltado afecto, hacia afuera y hacia adentro, de sus directivos y de sus futbolistas; ha jugado junto al abismo, y aun en el abismo todos han puesto de su parte para hacerlo caer, como si su destino fuera el de esa escalera que ya no sostiene a nadie y que es un desperdicio de viejas energías. Una plantilla llena de futuro y parada en un presente triste.
Xavi es inteligente y afectivo, lo recuerdo risueño en el campo, jugando. Que al Barça alguien le devuelva la risa sería devolverle el futuro y también parte de la naturaleza con que en una época se presentaba ante los suyos con el orgullo de ganar o de perder pero sabiendo dónde están el principio y el fin de la escalera.