Sambita si us plau

Cuando iba a empezar el Mundial de Fútbol de 1982 y Barcelona era una fiesta brasileña desembarcó en Santander una troupe de periodistas catalanes que tenían como capitán a uno que parecía un muchacho vestido de carioca y que respondía al nombre de Antonio Franco. Éste había sido impulsor de periódicos y de ideas, había sido fundador de El Periódico de Catalunya, pionero de una forma audaz de ofrecer periodismo, pero sobre todo era Antonio Bigatá, comentarista que amó a la vez al Elche de su alma y que, con ese seudónimo, que era un homenaje familiar y republicano, escribió memorables crónicas de la otra parte de su corazón futbolístico, el Fútbol Club Barcelona.

En aquel desembarco de catalanes alegres (iban a poner en marcha la edición catalana de El País) la presencia de Antonio, el periodista, el aficionado al fútbol, el intelectual de la historia y la táctica blaugrana, fue especialmente notoria, pues acudió a aquella cita para sentar las bases, con Juan Luis Cebrián, de la aventura que le dio al periódico de Prisa una nueva dimensión, vestido con camisas cariocas y bailando sin cansancio lo que también se bailaba en Barcelona, la samba. La tonada decía “Sambita si us plau”, y esos días de Santander, como no podía estar en las Ramblas, él interpretaba ese ritmo como si fuera un principiante entusiasta de las escuelas de Río de Janeiro.

Era un aficionado al fútbol, un entendido. En estos últimos años en que el Barça ha generado crítica o desafección, él siguió siendo quien era, un culto deportista capaz de ver más allá de los resultados, así que esperaba que esta escuadra de muchachos que ahora bailan la danza triste de la actualidad fuera un día como los que en otro tiempo, cuando el Barça cumplió su centenario, posaron como los Beatles para una portada imperecedera del Periódico de Catalunya.

Se fue, se murió el amigo. Aquel muchacho que bailaba fue uno de los grandes periodistas de su generación y de la historia de los periodistas españoles. Hasta el último instante nos animó a todos, era educado y brillante, como un dialéctico adiestrado en la alegría. Sus amigos estamos muy apenados, pero esa pena él no nos la perdonaría.