NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Uno nació en las comodidades de la periferia de Oslo y el otro tuvo que sobrevivir en la 'jaula de monos', la pista de fútbol indoor de su barrio obrero cerca de Gelsenkirchen. Orígenes muy distintos pero tienta dibujar paralelos entre Martin Ødegaard y Mesut Özil viendo a dónde les ha llevado la vida. Futbolistas exquisitos con zurdas sacadas de Hogwarts, pero poco competitivos y que (aquí me estoy adelantando en el tiempo) marcarán en sus autobiografías el día que dejaron el Real Madrid como el mayor error de sus carreras. Los dos, con destino al Arsenal, aunque ni siquiera para jugar en el viejo Highbury y satisfacer la nostalgia de Nick Hornby. En todo caso, es otro paralelismo entre ambos.

Hay más, porque también son víctimas del síndrome del padre que vive sus aspiraciones artísticas, deportivas o monetarias a través de su prole. Basta con leer Open de André Agassi para entenderlo o acercarse a la triste historia de Macaulay Culkin, el culpable de que a principios de los noventa a la mitad de los recién nacidos en España se les bautizase (horror absoluto) como Kevin. Niños destrozados por aquellos que tendrían que ser sus primeros protectores. Salvando las enormes distancias, Mesut y Martin saben de qué va el asunto. Mustafá Özil volvía locos a los primeros entrenadores de su hijo porque le daba instrucciones a gritos y en turco. Hans-Erik Ødegaard construyó un campo de fútbol cubierto para modelar día a día a su hijo Martin en cuanto olfateó que tenía un talento infantil fuera de lo común.

Muy presentes, también, cuando se trata del vil parné, claro. Los papeles de Football Leaks desvelaron que en el fichaje de Odegaard por el Real Madrid su papá se embolsó una comisión de 3M€ camuflada en sueldo de entrenador de la cantera blanca. Años antes, las exageradas condiciones que exigió Mustafá para que Mesut renovara en el Madrid le convirtieron en persona non grata en la planta noble del Bernabéu. Özil se fue a Londres a pelear por meterse en la Champions, Di María hizo lo propio para asistir en primera persona a la decadencia paulatina del Manchester United y el Madrid pasó a ganar títulos a cascoporro. Moraleja primera: del Madrid sólo te vas si te sacan con fórceps. 

Queda por ver si las líneas del futuro de sus manos también son idénticas. Özil ha ido desaprovechando su talento desde que dejó el Madrid y ahora se contenta con ser ídolo mediático en Turquía. Joachim Löw dice que su mayor decepción con la Mannschaft fue las maneras con las que se despidió el turco-alemán de la selección germana. Tics que amenazan ahora a este Ødegaard emperrado en culpar en privado al empedrado y en ser poco dado a la autocrítica. Se aburría en el Castilla, donde su sueldo era diez veces superior al de sus compañeros, porque decía que su lugar era el primer equipo pero con los años no ha convencido a Ancelotti (en dos ocasiones), a Zidane y tampoco a Rafa Benítez, que se lo tuvo que llevar de gira veraniega por obligación. Sí convenció a Jurgen Streppel (Heerenveen), Leonid Slutsky (Vitesse), Imanol (Real Sociedad) y Mikel Arteta (Arsenal). Moraleja segunda: o no vale para el Real Madrid o solo funciona si juegan para él...

Zurdas de poco sacrificio y paciencia, el mal de Guti podríamos definirlo, directas a una segunda parte de Fiebre en las gradas si Nick Hornby, cronista para los restos de los sinsabores de los gunners, decide castigarse de nuevo.