Patriotismo de conveniencia

Suni Lee, gimnasta estadounidense de origen laosiano, ganó la medalla de oro en el concurso completo. Sucede a su compatriota Simone Biles, afroamericana adoptada por una familia blanca de Texas, como campeona olímpica. Es una coronación inesperada, porque si algo parecía seguro antes de los JJ OO de Tokio era la hegemonía de Biles. Sus problemas psicológicos la incapacitaron para terminar la competición, no sin el correspondiente estruendo mediático. Como tantas veces ocurre en el deporte, alguien que no estaba predestinado a la victoria salta a la cabecera del podio. El éxito de Suni Lee no escapa, sin embargo, a los hipócritas códigos que suelen utilizarse en nombre del patriotismo.

En 2018, el presidente Donald Trump calificó a África como el agujero del culo y no ocultó sus preferencias en materia migratoria: los noruegos le parecían perfectos. Dos años después, se refirió a la Covid 19 como el virus chino, y lo repitió hasta la saciedad en la reedición de su campaña Make America Great Again (Haz América Grande Otra vez), con éxito en la audiencia (74 millones de votos). Es el perdedor más votado en la historia de Estados Unidos.

Por desgracia, la forma exclusivista que tiene Trump de entender el patriotismo vuelve a estar de moda en el mundo. Mientras convenga, venden muy bien las posiciones divisorias, xenófobas y racistas. Esta idea patrimonialista de la patria se jalea con aguerrida firmeza, pero no hace ascos al ventajismo. El deporte es un fértil territorio para un tipo de patriotismo sin escrúpulos, basado en una lógica de pacotilla: las victorias son nuestras; las derrotas, de los otros. Un campeón negro es un americano de cuerpo entero, un campeón negro que protesta es un traidor a la patria y un negro sin éxito es una amenaza para el american way of life.

Suni Lee pertenece a una comunidad que ha sufrido las consecuencias del discurso trumpista. En el último año, han abundado los episodios racistas contra los ciudadanos de origen asiático. La gimnasta estadounidense, sucesora de Biles y nuevo tesoro nacional, ilustra la simpleza y el cinismo que define a los inflamados patriotas de salón. Suni es hija de laosianos refugiados en Estados Unidos después de la guerra de Vietnam. Nació y reside en Minneapolis-Saint Paul, escenario en el verano de 2020 del homicidio de George Floyd a manos de un policía, episodio que desencadenó la marea mundial del movimiento Black Live Matter, que también se ha esponjado en el deporte.

Minnesotta es el estado de los Vikings, equipo de fútbol americano que recibe su nombre como homenaje a su población de origen escandinavo, la más amplia de Estados Unidos, establecida allí desde principios del siglo XIX, aunque fuera probable la presencia vikinga en el Medio Oeste americano antes de la llegada de Colón al continente. Minnesota ayuda a destacar las contradicciones y palabrería que delatan al patriotismo de conveniencia. En el venenoso argot de Trump, una gimnasta china es hoy imagen y símbolo de la excelencia americana. Sustituye a Simone Biles, patrimonio nacional hasta su retirada en los Juegos. Para los patriotas de conveniencia, Biles es prescindible ahora. No ha ganado. Es débil y no tiene entereza. Es negra.

Y en cuanto a los escandinavos por los que tanto aboga Trump, está registrado que los noruegos eran la segunda población migrante peor valorada en la escala laboral, económica y social en la Norteamérica de la segunda mitad del siglo XIX, sólo por delante de los portugueses, según un estudio realizado por el National Bureau of Economic Research. Los noruegos eran ciudadanos de tercera. Pero hablen de complejidades, generosidad y coherencia a los patriotas encerrados en su diabólico juguete.