Juegos con calzador

Los JJ OO de Tokio se aventuran en un territorio del que no hay noticias, el que separa cualquiera de las ediciones anteriores, con las señas de identidad que se quieran de cada una de ellas, de las dos semanas que se avecinan, marcadas por la pandemia. No hay vuelta atrás. El Comité Olímpico Internacional (COI) retrasó un año la edición de Tokio y se ha mantenido firme en la decisión de celebrarla.

Sabemos de los temores, prevenciones y medidas adoptadas para desarrollar las competiciones en el tiempo del Covid 19. Es conocido el rechazo de buena parte de la población japonesa, que observa estos Juegos como una bestia del contagio. A nadie se le escapan los intereses económicos que presiden el acontecimiento olímpico, huérfano de aire festivo, con los recintos vacíos de espectadores. No se registra casi nada de lo que caracteriza a unos Juegos Olímpicos, excepto la competición en sí misma, por kafkiana que nos parezca en estos momentos.

En el decaído ambiente actual, la única salida al optimismo es que los Juegos terminen de manera aceptable, sin suspensión de competiciones, ni un proceso masivo de contagio, con consecuencias incalculables para el COI y nefastas para el Gobierno japonés. A diferencia de 1964, donde Japón emergió como una potencia económica arrolladora, en esta ocasión el resultado de los JJ OO informará al mundo de la eficacia japonesa en el sombrío paisaje actual. Esta vez no se tratará de la vitalidad de un país, sino de su disciplina organización en un acontecimiento que ningún país envidia.

Comienza Tokio 2020 en 2021, y esa incongruencia dice todo de las próximas dos semanas. Las figuras del deporte no se ahorrarán las proezas de rigor, pero su papel estará más mediatizado que nunca por las circunstancias que convierten estos JJ OO en mucho más que singulares. Son tan excepcionales que inauguran una nueva mirada del mayor acontecimiento del deporte.

Si la cita olímpica produce nombres tan llamativos que empujen al virus a una posición informativa secundaria, será la mayor prueba del éxito de Tokio. El COI respirará con alivio si surge un nuevo Bolt en cualquier estrato del deporte y su nombre domina los titulares en todo el mundo. Significará que su discutida apuesta ha funcionado.

La competición comenzará a todo trapo, y así debería de seguir hasta el último instante, cuando se apague la llama olímpica. Los Juegos son una máquina trepidante que en esta ocasión avanzará sin gente para saludarla. De ese cometido se encargará la televisión, la piedra básica de un tinglado que se derrumbaría si los Juegos se hubieran cancelado.

Cuando emergió la pandemia que arrolló a la humanidad en pocas semanas, se dijo que cambiaría al mundo. Es más que probable, y el deporte no se escapará a sus consecuencias. Se ha visto en el fútbol, golpeado por una crisis económica que también se ha manifestado en los divergentes intereses de algunos de sus principales actores, la UEFA y los patrocinadores de la Superliga, por ejemplo.

En 2021, Tokio 2020 se escenificará en una situación tan novedosa como extrema. Arrancará en un ambiente depresivo, el peor adversario del deporte. No habrá manera de vender los Juegos como la fiesta planetaria del deporte, porque esta edición tiene un carácter forzado, se celebran con calzador. En dos semanas sabremos si es, o no, un zapato demasiado pequeño para los tiempos del Covid 19.