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Doy un respingo cada vez que alguien llama Carletto a Ancelotti. Cuando nací, las revista ilustradas de la época contaban las andanzas de la gran Sophia Loren y su marido Carlo Ponti, papás de un bambino, Carlo Ponti Jr., al que llamaban Carletto, el diminutivo Carlitos versión azzurra, hoy un reputado director de orquesta. Carlos de nacimiento (mi padre añadió un oportunísimo Ignacio a última hora en el registro), mi madre empezó a llamarme Carletto, apodo que hizo fortuna, excepto para los que se empeñaban en llamarme Carlote o Carloto, y ha ido derivando hasta el "¡Carle!" de Elena y los que más me quieren. Me es imposible no mirar con cariño al míster del Real Madrid, al que antes de verle marcar su golazo a Buyo en el 5-0 en San Siro de 1989, yo había visto en el cine, sin intuir que compartíamos mote, dando patadas de campo de tierra en el equipo del comunista Peppone en la peli 'Don Camilo', de Terence Hill, otro ídolo de mi infancia.

Hubo más Carlettos (Carletti, debería decir), como el legendario entrenador Mazzone, o como Parola, defensa juventino que en los 50 despejaba los balones con rovesciatas (tijeretas, chilenas, en italiano) tan carismáticas que una de ellas se convirtió en uno de los logos que aún usan los cromos Panini. Ninguno con los mofletes de glotón en stand by y ese aspecto de estar en Madrid siempre conforme con todo (parece que ha asumido incluso sus deudas con el fisco) de Ancelotti. Carletto inició un revival veraniego de una Italia simpática que los que vimos saltar a Sandro Pertini en el palco del Bernabéu reconocimos siempre como hermana mayor estética de España. Mientras disfrutaba leyendo la joya frizzante que es 'Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey', de Ander Izagirre, he vislumbrado en la Eurocopa el auténtico rostro de Chiellini, ese hombre al que veo siempre incómodo, antiestético, con el balón en los pies, pero que se transforma en un descomunal futbolista cuando es su rival el que tiene la palla. Como el fútbol italiano, nunca dejó de ser fuerte y formal, pero este verano ha dejado de ser feo. Llamadme Carletto.