NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

En casi todos los torneos acabo odiando a España, al fútbol y al mundo entero por alguna eliminación desgraciada. Por eso, siempre me he procurado una salida de emergencia emocional. Un equipo por el que reír y sufrir de cartón piedra. Once chavales que me dejen como a una folclórica en mitad del trance. Y después cuando suene el acorde de la última canción, limpiarme el rímel con la cara encogida, sonreír al público y seguir adelante como si tal cosa. Con el corazón ileso. Así escogí a los checos del 96. Nunca olvidaré a Los Chichos, como les bautizó mi amigo Álvaro, con la precisión que da el conocimiento de la cultura popular, por su juego salvaje y desacomplejado.

El problema es que a mis cuarenta años necesito varios días para hacer lo que antes despachaba en uno. Tanto que llevamos cinco jornadas de Eurocopa y aún no tengo claro a quién alquilar mi corazón cuando eliminen a España. Reconozco que al principio fui débil y pensé arrojarme en los brazos de Francia. Los franceses colonizan las conversaciones. Son el monstruo de final de fase. Excitan por igual a los panenkitas que a los cuñados de los panenkitas. Arrancan hoy entre certezas. Griezmann, Mbappé y Benzema son la kilométrica piscina de una mansión envidiable. La que todos quieren ocupar. Deschamps es el comercial inmobiliario más afortunado de la historia. Resulta evidente que debía buscar otro equipo del que enamorarme…

En pleno titubeo barajé incluso lo de refugiarme en la seguridad alemana. Cero sustos. La jubilación en alguna playa mallorquina hecho fútbol. Pero más tarde recordé una cita de Stefan Zweig y encontré la solución. "Querer jugar contra uno mismo representa una paradoja tan grande como querer saltar sobre la propia sombra" ¡Los húngaros", me dije. Miro el calendario y descubro que debutan hoy contra Portugal. De nuevo a la carga, saltando sobre su sombra, la vieja y evocadora Hungría. Los perdedores más elegantes de la historia. En un fútbol que se desmorona y una vida de la que cada vez entiendo menos, animaré a los que vieron derrumbarse el mundo hace cien años. Lo tengo decidido. Frente al televisor, vestido con el chándal de Kiraly, reiré y lloraré junto a los que quieren ser lo que fueron en otra vida.